Querida Carmen:

Quien te iba a decir a ti que la pandemia te iba a causar tanto sufrimiento. Recuerdo perfectamente el primer día que fui a tu casa, solamente iba a ir para hacer una sustitución de un mes, pero desde el primer momento al mirarnos a los ojos supimos que nuestras vidas quedarían unidas por y para siempre.

Llegamos a este mundo desnudos, frágiles, indefensos, dependientes, con la necesidad de ser protegidos, cuidados, pero sobre todo amados. Pasamos por diferentes etapas en nuestra vida: niñez, adolescencia, adultez, vejez y fallecimiento.  Al envejecer volvemos a ser niños y poco a poco perdemos nuestras facultades, pero siempre con la sensibilidad a flor de piel necesitados de todo el amor posible.

Sali de mi país a los 54 años con una maleta llena de experiencias, recuerdos, vivencias, y los ojos tristes y muy negros de mi perro Lauro y otra maleta llena de miedos, temores, pero con muchas ganas de vivir.

Querida Hija: El escribir esta carta, me obliga a recordar situaciones, momentos y sentimientos difíciles. Encuentro dentro de mí un maremágnum de emociones, que no me resulta fácil poder expresar.

Mi vida estuvo marcada por cambios y aprendizajes constantes. Si bien muchas cosas se nos escapan de las manos, otras suceden de tal forma que solo hay que aceptarlas, sin más remedio.

Todos los que lo sufrimos sabemos lo que es, el Alzhéimer. Sabemos que no solo es que una persona se olvide de quién eres o de quién es ella, sino que, sabemos que pueden vivir episodios de agresividad, de agobio, y vemos como se apagan lentamente.