Sali de mi país a los 54 años con una maleta llena de experiencias, recuerdos, vivencias, y los ojos tristes y muy negros de mi perro Lauro y otra maleta llena de miedos, temores, pero con muchas ganas de vivir.

Casi recién llegada, mi hijo me pregunta en qué voy a trabajar y solo recordaba mis casi 30 años como profesora: formulas, tabla periódica, clases, alumnos, dedicación…

Trabajé atendiendo a una señora por un mes y medio con un alto grado de depresión por la muerte de dos hijos y esposo, con mucha tristeza su hijo me comunica que no puede seguir pagando.

Un día vi un anuncio por Facebook, solicitando persona de limpieza en una residencia, me comunico, me entrevistan y al día siguiente comienzo a trabajar.

Mi primer día de trabajo no fue agradable ni fácil de contar y menos, mientras mas lo contaba menos creíble parecía. Debía seguir las indicaciones y horarios de una hoja, limpieza de habitaciones, áreas comunes y comedor; siempre pensé que sabia limpiar, pero no a esa velocidad, tenía aproximadamente 10 min por habitación, en ese momento no veía que el día se terminara, al pasar los días uno aprende esa rutina como también aprende que ese trabajo es tan importante como cualquier otro, reconozco que sin ese trabajo no funcionaría una residencia, hasta quedaba contenta cuando me imaginaba la cara de los residentes felices al entrar.

Después del primer contrato de 15 días, continua mi contacto con personas mayores: rostros tristes, en sillas de ruedas, encamados, como también rostros felices y agradecidos y aunque estaba super liada con ese maratón de limpieza de habitaciones me gustaba ver, escuchar y hasta hablar cuando podía. Comprendí que todas las personas tienen una historia que contar.

Termine ese contrato y me ofrecen otros, con más práctica y conocimientos de cada habitación, siempre tenía algunos minutos para mirar con los ojos del otro.

Así pase por la cocina como pinche mas exigente y duro, colaborando y aprendiendo sobre la alimentación, hidratación, menú, etc.

 

Un día, después de muchos contratos donde me exigía cada vez más, quería todo perfecto, dedicaba mas horas del horario establecido... Tome la decisión de no continuar y entre búsquedas encuentro información sobre el curso sociosanitario para personas en domicilio, al día siguiente lo intento y quedaba un lugar... era para mí.

Durante el curso se intensifica mis ganas de ayudar y servir, a los tres meses necesitaba trabajar y empiezo los sábados y domingos. A ellos gracias por abrirme las puertas y confiar en mí.

De cada usuario aprendí vivencias e historias diferentes, muchas veces tristes, pero contadas con paciencia, cariño, pero sobre todo con muchas ganas de ser compartidas. A la señora Julia le agradezco sus ganas de vivir, a la señora Fulgencia le agradezco su paciencia y amor por sus hijos. Cuantas ganas tenía de ver mi cuadrante el jueves y leer los nombres de cada uno de las personas que llenaron de una u otra forma el vacío que dejaron mis alumnos y mi dedicación a la educación.

Al finalizar el curso ya disponía de la semana para trabajar y una de mis compañeras me ofrece un trabajo para cuidar una mujer que necesitaba muchos cuidados, se llamaría Gregoria… A ella le agradezco con gestos y brillo en su mirada la otra cara de la vida, le debo el aprendizaje de detalles, del cuidado y la importancia de la atención brindada desde el amor y la empatía, y a sus hijos por contar siempre con su apoyo.

Después del trabajo a domicilio, quiero llegar donde más personas necesiten mis ganas de vivir, donde falte la esperanza y la alegría, quiero realizar el curso de atención sociosanitaria de personas dependientes en instituciones, dedicar mi tiempo y mi trabajo a esas personas que dieron tanto por este país el cual me abrió afectuosamente las puertas.