Todos los que lo sufrimos sabemos lo que es, el Alzhéimer. Sabemos que no solo es que una persona se olvide de quién eres o de quién es ella, sino que, sabemos que pueden vivir episodios de agresividad, de agobio, y vemos como se apagan lentamente.

Si me preguntan cómo te recuerdo, sabría explicar cada detalle de tu enfermedad, desde el momento que te diagnosticaron esa enfermedad hasta el momento que diste el último respiro, pero apenas sabría decir cómo era la abuela de antes, la que me sabía dar consejos porque era consciente de lo que decía. Pasé de ser la nieta a la que cuidabas y mimabas a la nieta que cuidó de ti, la que pasaba días y noches en el hospital, la que se sentaba en una silla a tu lado porque si me acercaba te asustabas, o la que me acercaba para que no tuvieras miedo. Tener que diferenciar qué necesitabas en cada momento no era fácil, pero al final lo sabía. Escuchar al personal sanitario decir que “de esta no salías” era como despedirme una y otra vez de ti, pero siempre tan dura tú, pasabas de no reaccionar y expresarte a reírte a carcajadas sin motivo, esas risas que dabas cuando te hacía algo gracia, cosas sin importancia, o cuando te ponías nerviosa, esas risas que también tenía que saber diferenciar. No es fácil, saber lo qué piensas cuando ni tú misma tienes pensamientos concretos. Cada vez que tenía que despedirme se me ponía una piedra en el pecho que iba creciendo más y más. Vivir esta enfermedad es como pasar de una ventana a otra encima de una cuerda, cuando pisas mal esa cuerda, es como tener que despedirnos por la posibilidad de que no sobrevivas, sentir que te me vas sin poder expresar lo que siento porque puede que no lo entiendas, vivir día a día como si no existiera el mañana resultaba cada vez más aterrador. Sentía cada día que yo misma tenía dos personas dentro de mí, la que no era capaz de decirte adiós para siempre, y la que estaba agotada física y psicológicamente y no podía seguir diciendo hasta después. Poco se habla del agotamiento que tiene una persona a la hora de cuidar a otra persona, poco se habla de lo que puede sentir una persona cuando le dicen que esa persona que cuidas dando todo y más de ti puede irse una y otra vez, poco se habla de lo que se siente cuando esa persona te quiere pegar porque se pone nerviosa, poco se habla de pasar días o meses que pasas sentada en un sofá del hospital, poco se habla de lo que se siente cuando no te reconocen, poco se habla de lo que es decidir sedar a una persona, poco se habla de lo que se siente cuando respiras lentamente para decir adiós para siempre, y sobre todo, poco se habla de cuando diste tu último respiro.

 

En el momento que dejé de ser egoísta y pensé en ti, tomar esa decisión de que tienes que irte posiblemente fue la decisión más difícil y fría que tuvimos que tomar. Recuerdo contar los segundos que pasaban de una respiración a otra, recuerdo acercarme y decirte al oído lo mucho que te quería, recuerdo cantarte nuestra canción favorita muy bajito por si te molestaba, recuerdo lo difícil que es poner la sedación y la morfina porque sabes que eso es para siempre, y, sobre todo, recuerdo tener miedo a dormir y no escucharte cuando decidieras dormir para siempre.

Pasaron seis meses desde ese adiós para siempre, aún me cuesta ver nuestros vídeos cantando y las fotos donde te reías sin parar. Cuando pienso en ti, siento que es uno de esos “hasta después” y no un “hasta siempre”. Siento que aún sigo encima de esa cuerda y que en cualquier momento tenemos que correr hacia el hospital. Decir adiós para siempre es recordarte, es pensar en ti y llorar, pero también sonreír, es recordar cada momento bueno que pasamos juntas, pero también es recordar los malos, pero dentro de esos malos saber que si lo necesitaste estuve ahí me alivia, saber que si tenías dolor estaba ahí, saber que si estabas de mal humor estaba ahí, y, sobre todo, saber que a la hora de decirte adiós para siempre y poder romper esa piedra del pecho, estuvimos ahí.

 

Si me preguntan cómo es decir adiós para siempre, diría que es dar de ti todo lo que esa persona necesita, es hablarle, aunque pienses que no te escuchan, es darle todos los besos que quieras, es acompañarlos, es saber que dejaremos de luchar y sobre todo es, cuidar hasta el último respiro. Dejar ir a la persona que tanto quieres es muy difícil pero necesario para ellos y para nosotros. Tenemos que cuidarlos sin dejar de cuidarnos. Puede que cada día anheles tocarle, besarle y hablarle, pero no dejarás de quererle, no dejarás de recordarle, y aunque vivir cada momento sin sentirte culpable sea difícil no olvides que esa persona siempre formará parte de ti, por lo que no, no es un “adiós para siempre”, es unhasta siempre”.