Querida Carmen:

Quien te iba a decir a ti que la pandemia te iba a causar tanto sufrimiento. Recuerdo perfectamente el primer día que fui a tu casa, solamente iba a ir para hacer una sustitución de un mes, pero desde el primer momento al mirarnos a los ojos supimos que nuestras vidas quedarían unidas por y para siempre.

Era el verano de 2017 y la verdad es que, aunque yo no era nueva en este sector puesto que ya había estado en otra casa durante nueve años (de la cual guardo un grato recuerdo de toda la familia) no puedo olvidar lo rápido que me toco adaptarme a ti puesto que a tu lado cada día era una aventura nueva.

Carmen, fuiste una moderna para tu época, conducías tu propio coche y habías formado junto a tus hermanos una empresa de gran prestigio en el sector azulejero, a la cual te habías dedicado en cuerpo y alma durante algo más de treinta años. Pero tuviste la mala pata de tener que jubilarte debido a que el Parkinson se cruzó en tu camino. Aun así, se que estabas llena de vida y con ganas de comerte el mundo, pero a causa de tus responsabilidades jamás pudiste viajar con tus amigas y tampoco sentiste la necesidad de formar una familia puesto que desde bien jovencita te sentiste una mujer empoderada.

Cada día que iba a tu casa sobre las ocho de la mañana tu ya estabas levantada, habías desayuno y sentía que me esperabas como agua de mayo, siempre me decías lo mismo “hola que tal” y mientras yo me tomaba mi café empezabas a pulular a mi alrededor hablando en voz alta frases tipo “pues parece que esta quedando bien la mañana” “hoy no estaría de más ir a darnos un homenaje al restaurante “, “creo que la ropa no me esta bien, tu sabes si ya han traído cosas nuevas en la boutique” o “que no iremos a la fábrica a dar una vuelta y luego nos tomamos un piscolabis” yo te miraba de reojo y veía esa cara de niña pequeña que espera un regalo, deseosa de escuchar mi respuesta para empezar esa rutina que me hacía tanta gracia la cual podía durar entre dos y cuatro horas según durase el efecto de la medicación a la que tu tanto odiabas (puesto que te hacía permanecer sentada en la silla de ruedas con los temblores que te afectaban a toda la parte derecha) pero que tanto necesitabas.

Jamás había conocido a alguien tan presumida como tú, cuidabas hasta el último detalle, y la paciencia que tenías para maquillarte era increíble, si aun tenías temblores te ponías con el crucigrama a la espera de estar mejor porque te negabas a que ayudara a pintarte las cejas o a ponerte la sombra de ojos, decías que tú eras una artista haciéndolo. Una vez pasado el ritual y con nuestra hoja de ruta marcada salíamos de casa, nos subíamos en tu coche y nos poníamos el mundo por montera. Igual comíamos en el restaurante que en casa y por la tarde que era cuando mejor estabas te ponías a preparar dulces o cositas saladas, luego te marchabas a la ducha a arreglarte de nuevo y te ponías otro modelito diferente que a las seis y media venia mi relevo y tocaba volver a salir a tomar algo, ir de tiendas o ir a misa. Bien es verdad que tenías días mejores y días peores, pero en líneas generales contigo era un no parar.

 

Y así fueron pasando los días, los meses y los años… Hasta que llego el COVID y cambio nuestras vidas. La verdad amiga, es que, a ti no te la cambio, te la destrozo.

Ya no podíamos hacer todo eso que tanto te gustaba: salir de tiendas, dar vueltas con el coche, ir de restaurantes o tomar ese tinto de verano en una terracita viendo a la gente pasar y comentando como tu decías “cosas de chicas”. Tus días empezaron a ser grises hasta volverse negros de tanta tristeza.

Empezaste a remolonear mas de la cuenta y había días que nos daban las nueve y media y tu seguías en la cama, debido a la edad de tus hermanos (puesto que tú eras la pequeña) dejaron de venir a hacerte esas visitas que tanto te gustaban, pero es que ellos tenían más familia y esto daba danto miedo que estábamos en una alerta constante y eso mi querida Carmen es lo que más mal llevaste porque sentiste un abandono por parte de ellos que sinceramente no era tal, pero tú no eras capaz de entenderlo. Y llorabas mucho porque decías que te sentías sola, desamparada e indefensa, los días eran eternos encerradas entre esas cuatro paredes, madre mía si te cuento esto unos meses antes ni te lo crees, tú que eras tan presumida, no tenías ganas de hablar, de jugar a las cartas y dejaste de hacer tantas cosas… hasta el punto de que ya no querías ni quitarte el pijama porque no le encontrabas el sentido a la vida. Me sentía impotente porque en el fondo de mi ser yo también me sentía así, era una situación que realmente nos desbordo a todos, pero no podía permitirme la licencia de que me vieras mal, yo era tu único salvavidas y no te iba a dejar caer… y aunque así fue, poco a poco volvimos a la “normalidad” pero tu ya no te recuperaste porque tus actividades básicas de la vida diaria dejaste de hacerlas tu sola y eso te llevo a un deterioro muy importante… ya hace algún tiempo que me dejaste amiga pero me queda la satisfacción de que estuve a tu lado hasta el final y ese miedo que tenias de irte sola no fue así porque te tenia cogida de la mano.

Me despido hasta la próxima, sé que donde vaya siempre estarás conmigo y allá donde estés te mando un beso enorme y todo mi cariño.