Mi vida estuvo marcada por cambios y aprendizajes constantes. Si bien muchas cosas se nos escapan de las manos, otras suceden de tal forma que solo hay que aceptarlas, sin más remedio.

Pues aquí en España, muy lejos de Argentina, murieron mi madre y mi hermano sin que pudiera amagar con llegar al aeropuerto.

En 2016 decidí desenfocarme de mi propio drama y volcarme en una actividad solidaria para encontrar otro punto de vista. Fue el primer paso para empezar a ver el vaso medio lleno, luego de tantos “cuesta arriba”.

 

Siendo cantante y compositora quería ofrecer mi servicio desde la música y compartir no sólo canciones sino también experiencias, emociones, vivencias comunes.

Lo pensé y lo deseé con tanta ilusión que a la vida no le quedó otra opción que realizar la sincronicidad perfecta, así como por arte de magia.

Por un problema de salud fui al hospital Dr. Peset de Valencia y allí encontré un cartel de la Fundación Músicos por la Salud pegado en una pared.

Sigo pensando que la alineación de planetas no fue casual. La estadística no me rozó ni de lejos porque las probabilidades aquí no jugaban ninguna ficha. No era paciente crónica de ninguna dolencia y solo pisé el hospital, alguna vez, para acompañar a una amiga en un post operatorio.

La vida me lo puso en bandeja por alguna extraña razón y desde entonces ya van 5 años llevando música a hospitales, residencias y centros sociosanitarios.

Cada día en mi trato cotidiano con pacientes, familiares y con el personal sanitario voy recogiendo anécdotas de lo más variopintas, inesperadas, movilizantes, conmovedoras, tristes, felices.

 

Asier fue una de ellas.

Era junio de 2018 en el Hospital Clínico de Valencia, más exactamente en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Por lo general el rango de edad de los ingresados es entre 50/70 años. Rara vez se ve gente más joven y casi nunca chavales de veinte años.

Antes de empezar los micro conciertos es requisito conversar con el personal sanitario para que nos indiquen los pacientes que están despiertos y conscientes, las zonas donde podemos acceder, etc.

Una enfermera me dijo: “aquel chico está muy grave, cántale algo que seguramente te escuchará”.

Desde la puerta de su habitación vi un muchacho joven, inmóvil en su cama. Lo saludé, pero ni siquiera respondió.

A dos metros de distancia canté “Soldadito marinero”, hit de la banda Fito & Fitipaldis. Me despedí de Asier con la esperanza de que pudiera escucharme y continué mi rutina musical.

Las visitas de Músicos por la Salud al Hospital Clínico de Valencia se realizan los martes. Es normal encontrarse con los mismos pacientes, sobre todo en Hemodiálisis, Oncología y Psiquiatría, pero no así en la UCI.

Aquí pasan un período corto de tiempo hasta que alcanzan a estabilizarse y luego los destinan a planta para seguir con sus tratamientos.

Un martes de septiembre de ese mismo año, acudí como era habitual al servicio de Oncología. Como dije antes, solemos coincidir con muchas personas que reciben su tratamiento de quimioterapia y estrechamos un vínculo muy cercano. Nos intercambiamos teléfonos o nos comunicamos por redes sociales. También suelen acudir a varios de mis conciertos.

Aquella mañana en Oncología alguien me llamó y me dijo:

- ¡Claro! -le contesté.

-Yo soy Asier, aquel paciente al que tu cantaste Soldadito marinero. Estaba tan grave y tan cerca de la muerte que no pude decirte nada. Era incapaz de moverme. Qué suerte que te haya encontrado para agradecértelo. Además, hoy es un día muy especial porque me dan el alta de la quimio.

 

Asier y yo seguimos en contacto. Su recuperación ha sido espectacular y ha demostrado una fuerza de superación increíble.

Esta experiencia me enseñó que, aunque nuestros actos parezcan imperceptibles o no tengan una respuesta esperada, siempre impactamos en la vida de los demás.

Y recordé aquel día en que me propuse superar mi propio drama y vivir experiencias que me den otros puntos de vista.

Gracias a la música y a las personas increíbles como Asier, la tarea ya ha sido cumplida.