Madre e hijo, protagonistas del relato.

Nunca imaginé que la vida me haría el mejor regalo, ser cuidadora de un gran dependiente, mi hijo. Y pensareis… ¿cómo puede decir que es un regalo si su hijo no puede hacer nada por sí mismo?

Grupo de Autoayuda, integrado principalmente por mujeres.

Son las 11:00 de la mañana, van llegando son puntuales, se sientan en la sala de espera de mi consulta, esperando que sea la hora para pasar a la sala dónde nos reunimos, se saludan, aquí ya empiezan a acompañarse, comienzan a compartir, se interesan y se preguntan qué tal han pasado la semana.

Madre e hija, protagonistas del relato.

Soy Ana Suárez, madre y cuidadora de una adolescente con gran discapacidad, y he elegido transformar mi vida al amparo de su existencia, circunstancias y compañía.

Madre e hija, protagonistas del relato.

Hace un par de años mamá enfermó a finales del mes de marzo; corría el año 2019 y recién había cumplido 88 años en febrero. De los cinco hijos que vivimos cerca de ella no habíamos notado nada pues aún nos decía que podía vivir sola y eso bastó para nosotros.

Familia jugando a juegos de mesa.

Aquel día mi mundo saltó por los aires, ya nada volvería a ser igual, ya no podría volver a mirar las cosas de la misma manera. Ahora, unos años más tarde, sigo sentada en el filo de ese abismo infinito en el que decidí instalarme.

Manos agarrándose, protagonistas del relato.

Cuando decidí dejar mi piso y mi trabajo para cuidar de mi madre, lo primero que sentí fue vértigo, lo segundo miedo, y por último una oportunidad para que sus últimos años sean maravillosos. Pese a las numerosas discrepancias de amigos y familiares, que me decían que con veintinueve años me tenía que centrar en otras cosas, no cedí, y es la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo.