Antes de escribir sobre la profesión del cuidado de personas, quiero ser honesto y, con mucho pudor, porque no llegué al grado de sufrimiento, (creo), de las personas que cuido, soy una persona que padece, desde hace veintiocho años una enfermedad mental, o, dicho de otra manera, soy una persona con malestar psíquico. El nombre de ésta es el de buffers delirantes, a pesar de haber oído llamarla esquizofrenia afectiva, enfermedad bipolar, etc. Dicho esto, voy a intentar centrarme en lo que sentimos o siento siendo cuidador…

Mi nombre es Sharon López C, soy ecuatoriana, nací de buenos padres que me enseñaron cosas muy importantes en la vida, en primer lugar, el amor y el respeto a Dios, en segundo lugar el amor y el respeto a las personas y en especial a los mayores ya que un día seremos como ellos.

A mis 69 años, con fibromialgia y la compañía de Cloe, una bichón maltés de 2 años que duerme conmigo, el teléfono suena exclamando dos tonos perdidos diciendo así, que Josémari se ha despertado. Sé que me espera en su cama, paciente, sabiendo que necesito unos minutos para poner mi cuerpo en marcha antes de ir a levantarlo. Cierro levemente los ojos de nuevo suplicando cinco minutos más, hasta que pasado ese tiempo más otros instantes más, el teléfono vuelve a sonar.

¡Qué pesada está mi nieta! Últimamente está siempre preguntándome cosas, aunque reconozco que me gusta tenerla cerca.

Espero que te lleguen estas palabras, porque no quiero que te sientas culpable. He vivido muchos años y ya llega mi hora.

Hay dos caras, hay dos verdades, como el sol caliente que nos aporta vida, como la luna fría que nos sustenta, pero nadie dijo que era fácil.