Hace unos años, siendo enfermero de una Unidad de Cuidados Intensivos de Adultos, conocí una señora que contaba con 90 años y que allí estaba, después de caer de una tercera planta (unos 10 metros de altura). Sufrió múltiples fracturas, la más grave la del esternón con una contusión miocárdica.

Podría escribir sobre muchas personas que me he encontrado en las muchas casas a las que he ido.

Hace nueve meses mi padre me llamo por teléfono y me dijo: "Natalia, la mujer de mi primo necesita alguien que le cuide. Se le van olvidando las cosas poco a poco y hay que ayudarle con las tareas de casa. He pensado en ti." (Quizás mi padre pensó en mí dada la situación que vivimos hace unos años en casa, cuando tuvimos que cuidar de mi abuela mis hermanas y yo siendo muy jovencitas.)

Mi nombre es Ana, y soy una mujer que fue educada en el cuidado y en el respecto a las personas mayores y enfermas. Toda mi niñez y mi adolescencia conviví en mi casa con personas mayores. Esta es mi historia.

Así nació mi vocación como cuidadora para más adelante convertirse en mi profesión.

Corre finales de febrero, principios de marzo, el coronavirus empieza a hacerse visible en España, telediarios, periódicos y diferentes medios se hacen eco, sin muchos datos y con informaciones continuamente cambiantes.