Teniendo el virus, en cama y aislado. En donde nos destierra cuando, sin pedir permiso, se acomoda en el organismo y, con redoblada crueldad, también en el alma, contagiándola de soledad y de silencio.

La idea de cuidar y proteger a los adultos mayores más vulnerables nace de un “juego”, que empezó en mi humilde hogar, compartiendo con mi abuelo paterno Josefito, sin saber que, de ese juego de niños, de ese juego de amor, con reglas muy claras y un objetivo sólido se convertiría en obra de grandes.

Tanto que expresar y no saber de qué manera, ni cómo empezar. Siempre he tenido la certeza de que esto que estamos viviendo, es algo que marcará nuestra vida, en mi caso, profesional y personal.

Desde pequeña mi madre me enseñó la importancia de ser amable y empática con las personas. Ella era una mujer activa, dulce y cariñosa, y que siempre transmitía alegría.

Comienza el día y el trasluz de una ventana expande la misericordia sobre los cuerpos. La cama alberga el cariño de tiempos anteriores, fortalecido por el roce, constante, reciente, de un par de gatas, amorosas, dan los buenos días a mis padres. Mamá se levanta, saluda a Catira y Negrita, esta última se arrima a los pies de Papá quien sigue durmiendo un poco más. No faltará mucho para que él descienda a la cocina. A esta hora puedo sentir sus pasos, fuertes, sobre la terracota que cubre los escalones.

¿¡Ya estas, hija mía!? decía todas las tardes Maruja a su hija pequeña Belén que iba a cuidarla, me imagino que habrá muchas historias como las de Maruja y Belén.