Tanto que expresar y no saber de qué manera, ni cómo empezar. Siempre he tenido la certeza de que esto que estamos viviendo, es algo que marcará nuestra vida, en mi caso, profesional y personal.

Soy educadora social, en un centro residencial de personas mayores y he visto a profesionales desbordados que, sin saber cuánto tiempo durará esta situación, han trabajado turnos eternos sin parar; he visto residentes despidiéndose de familiares por videoconferencia; familiares de amigos cercanos que han perdido la vida, a los que no he podido abrazar; he visto morir a muchas personas y contagiarse a otras tantas; he visto escasez de material, y un poco de desorganización y caos. Pero también, he sido testigo de un equipo que ha trabajado de manera incansable, que ha ayudado a quienes lo necesitaban, en los momentos en que más nos requerían.

 

He creído oportuno relatar el testimonio de T.N, una de las residentes del centro en el que trabajo. Una señora luchadora, valiente y fuerte que nos cuenta como han sido para ella estos meses y cómo vivió la pérdida de su marido durante la cuarentena.

“Una tarde, inmersa en la rutina y aburrimiento que vivíamos, la enfermera me comentó que mi marido estaba “pachucho” y un poco intranquilo, que preguntaba mucho por mí. Se me dio la oportunidad de despedirme de él. Le decía frases sueltas y recuerdos de nuestra vida. Al cabo de unas horas me dicen, muy delicadamente, que mi marido ya no está, y que, si quería despedirme por última vez. No lo pensé. Un sí rotundo. Bien enfundada y protegida, entre en su habitación. Le puedes tocar, me dijeron. Y mi mano se fue a su frente. Descansa. Te estimo” (T.N)

 

A día de hoy, después de unos meses, la Sra. T.N, dice que no había vivido una cosa igual en su vida, y eso que reía mientras decía que tenía una tira de años. Pero también, ha sabido reflexionar sobre la importancia que tiene el vivir cada día, disfrutar de cada momento en compañía de tus seres queridos, de aprovechar cada minuto haciendo lo que más te gusta, porque el tiempo vuela y cuando nos queremos dar cuenta, ya somos abuelitos, reía mientras me deleitaba con sus sabias palabras.

Y para eso, para facilitar todo ese duelo, estaba yo. No sé si por vocación, por respeto, por educación, o si por las tres juntas, pero me sentía y me siento en la obligación de hacer que, esta señora, sea feliz el resto de su vida.

 

Le gusta leer, pero ha perdido mucha vista. Yo le imprimo los textos en un tamaño que ella se sienta cómoda. Le gusta escribir. Le proporciono una libreta y un bolígrafo, para que, en sus momentos más poéticos, deje por escrito sus emociones. Le gusta la naturaleza y aprovechábamos cada rayo de sol para respirar un poco de aire fresco en la pequeña terraza del centro, viendo cómo el aire azotaba las ramas de los árboles. Le gustan las actividades de memoria. ¿Qué día es hoy? ¿Cuantas palabras me dirías que terminen por -NES? ¿Sabrías decirme al menos 10 ciudades españolas? Le encanta la música. Escuchamos canciones, las analizamos, las bailamos. Le gusta conversar, desahogarse, sentirse querida y escuchada. Ahí estoy yo, escuchando mil y una batallas de sus aventuras con su marido, al que echa mucho en falta. Ambas lo recordamos con cierto cariño, y no puede por menos el que se nos escape una sonrisa. ¿Cómo es posible que algo tan triste nos traiga recuerdos tan felices? Me pregunta T.N. Yo sonrío, con cierta admiración, al ver cómo, el recuerdo de ese amor real lo puede todo. No sé qué responder. Me deja sin palabras. ¿Cómo es posible que una señora que habiendo vivido lo que ha vivido, tenga esa vitalidad, cuando hoy en día, por cosas con mucha menos importancia, nos ahogamos en un vaso de agua?

 

Sin duda, y a modo de reflexión, con COVID o sin COVID, hay que ser feliz e intentar hacer felices a los demás, porque al final, la vida es una, y hay que vivirla de la mejor manera posible CO(n) VID(a).