Os mentiría si dijera que estudié Fisioterapia por vocación, pero lo que sí es mi vocación es ayudar a los demás.
Trabajo desde hace varios años con personas con Alzheimer en AFAEX a domicilio. Diariamente muevo personas que no hablan con la boca pero sí con los ojos, con sonrisas regaladas sin motivos, con llantos del corazón sin excusas y con amor, el amor incondicional de aquel que cuida sabiendo que no recibirá nada a cambio más que saber que eso, precisamente eso, es amor.
Todas las tardes puntual toco el telefonillo y me abres preguntándome por el tiempo. Es un matrimonio mayor de pasado tortuoso con una familia fruto del trabajo, de la superación y de la fuerza que caracteriza a generaciones que superaron una guerra, una post-guerra y todo lo que eso conlleva.
En el salón me espera ella como siempre, me mira y aunque no sabe quien soy sus ojos me conocen y me sonríe. Mientras la muevo su marido me cuenta todo lo que tuvieron que hacer para llegar hasta lo que tienen hoy, sus historias de infancia en una Badajoz que se cerraba en Puerta Palma y que le tocó escalar alguna vez, aprender de un padre que no paraba de trabajar para que una familia numerosa tuviera un plato sobre la mesa, sus viajes en moto cruzando España para verla los días que libraba en la mili, sus deseos de ser piloto en una época en la que no había cielo para todo el mundo, una luna de miel en Cataluña en un coche prestado que se quedó sin gasolina, un negocio ruinoso debido a una estafa y la capacidad de salir adelante poniéndose “el mundo por montera”, el apoyo incansable de su mujer que se dedicaba al cuidado de tres hijos y a sacar adelante una casa, la triste pérdida de una madre y su promesa de que tras la jubilación no pararíais de viajar y recorrer mundo.
Y así fue, por un corto período de tiempo pero así fue, viajasteis, conocisteis lugares lejanos en los que coincidisteis por casualidad con personas cercanas y tenéis fotos que son prueba de ello. Fotos que muy a menudo me enseñas porque me dices que ya vives de recuerdos, los que a ella ya no le quedan pero que tú conservas como oro en paño, y de los que no olvidas detalle.
Me resulta curioso que no cuentas las historias desde la pena, la tristeza, sino que ríes mientras me relatas anécdotas dignas de escribir un libro y la miras a ella con amor, porque sigue siendo tu cómplice de todas esas aventuras, tu compañera de vida, la protagonista de tus historias, tus recuerdos, tu pasado, tu presente y, mientras vivan esas historias también tu futuro.
Hoy ella ya no está entre nosotros, pero seguro que tú sigues recordando con todo detalle como siempre hacías, porque no está su cuerpo pero mientras tú vivas estará más viva que nunca.
Hoy quiero dedicarle estos versos porque aunque nunca me dijo una palabra hablamos mucho las dos en un idioma que solo ella y yo entendíamos.
Tu boca no habla
y no te hace falta,
hablan tus ojos
gritas callada.
Gritas infancia
y juventud pasada,
gritas canciones
muchas veces bailadas.
Gritas viajes
tierras conquistadas,
gritas recuerdos
de una memoria apagada.
Gritas mil nombres
de caras olvidadas,
Gritas te quieros,
gritas no puedo,
gritas ya basta.
Gritas despedidas
en el alma clavadas,
gritas bienvenidas
de alegría bañadas.
Gritas ojalá
algún día pasara,
gritas cansada,
tranquila y con calma.