Corre finales de febrero, principios de marzo, el coronavirus empieza a hacerse visible en España, telediarios, periódicos y diferentes medios se hacen eco, sin muchos datos y con informaciones continuamente cambiantes.
Llega ese 12 de Marzo, llega el comunicado, el lunes 16 se cierran colegios, fronteras, se cierran comercios, peluquerías, en definitiva se cierra todo. Nuestra vida se para, tenemos que estar en casa encerrados, con miedo, con incertidumbre, ¿recordáis esa sensación? Pues os contaré donde estaba yo mientras tanto.
Yo, esos primeros días, semanas, de falta de materiales, de ir a trabajar con mascarillas de tela hecha por asociaciones, con filtros también artesanos, con geles y guantes donados, donde se nos da la oportunidad de dejar el trabajo e irnos a casa, esos horribles días, estaba en mi trabajo, un trabajo a veces invisible, pero que en esta pandemia fue mucha la gente que nos ayudó.
Si, trabajaba con miedo, miedo por ellos, miedo por mi familia, miedo por mi. Pasaban los días y los contagios y muertes subían, el 80% personas mayores, mis mayores. Un virus que nunca habíamos oído se volvió lo mas escuchado y lo más temido. ¿Y que podíamos hacer nosotras para ayudar? estar ahí al pie del cañón, aportando nuestro granito de arena, somos parte de ese gran puzzle de imprescindibles que formaron los servicios mínimos, esas personas que trabajamos cuando la curva era imposible de frenar, cuando el riesgo al contagio era mas alto que nunca.
Pero ¿sabéis que? teníamos que ser fuertes, por ellos, llegar a la puerta de los domicilios, poner la mascarilla, respirar hondo, tragar saliva y entrar con la mejor de mi energía era un ritual, el pensar que un día más era un día menos también, y eso me gustaba decirles todos los días, porque aunque intentaba evadirlos de la situación, era inevitable que preguntaran, y esa era mi respuesta, un día más es un día menos.
Entender su situación no era difícil. Imaginar por un momento que el mayor índice de mortalidad estuviese en las personas de tu edad ¿que sentirías? el miedo se veía en sus ojos, personas solas, que por las circunstancias del COVID sus familiares no podían ni visitar. Llegar a sus casas y verlos delante de la televisión viendo como su generación se va, darles la mano a través de unos guantes y hacerles sentir que no están solos o sonreírles con los ojos se convirtió en nuestra mejor faceta.
No fue fácil pero ser auxiliar del SAD no es simplemente eso y mucho menos en tiempos de coronavirus, creerme conlleva mucho más, fuimos psicólogas, fisioterapeutas, esteticistas, peluqueras, su única manera de conseguir sus medicinas o hacer una compra, su compañía, su consuelo, su calma, su apoyo, en muchas ocasiones su única fuente de cariño y por supuesto sus auxiliares.
Hoy en día la sensación es diferente, pero la tristeza sigue presente, hemos hecho un gran trabajo pero queda mucho por hacer, nuestros mayores se merecen no tener miedo, si cuidas de ti cuidarás de ellos.
Yo me quedo con sus sonrisas, con sus dibujos, con sus «gracias por non deixar de vir», con sus «hoxeaplaudo por ti», me quedo con ellos, ellos nos dieron la vida y a mi me la siguen dando día a día.
Yo, saldré de esta de su mano, yo no les voy a fallar ¿y tu?