Podría escribir sobre muchas personas que me he encontrado en las muchas casas a las que he ido.

Podría hablar sobre Francisca por ejemplo, que está deseando que llegue el día de ir a la peluquería para arreglarse y maquillarse, si no se pinta las cejas no está tranquila. Me pide que la ayude a escoger un pañuelo, el que le pegue más con la ropa que lleva, ella no sale con cualquier cosa a la calle…asegura con una sonrisa que en verano piensa ponerse una blusa que tiene con transparencias y que la gente diga lo que quiera, ¡ole por ti y tus 98 años!

 

O sobre Ingrid, que se queja de que lo único malo que tiene es una pequeña neblina blanca en los ojos que no la permite ver de cerca todo lo bien que le gustaría, ¡¡dice que si no fuese por eso ella estaría perfecta y tanto!! 99 años y una vitalidad que no tengo ni yo, cuando salimos a pasear tengo que seguirla el paso, lleva el bastón para enseñarme cosas, va señalando con él en que banco vamos a sentarnos para descansar, que había antes en el lugar donde ahora se encuentran las vías del tren... ¿El bastón te acompaña a ti, o tú acompañas al bastón?

 

Podría hablar sobre personas con las que he hablado durante horas, de su vida de antes, de cuando las ciudades que ahora están llenas de edificios eran sólo campo, de cómo vivieron la guerra, de cómo ven el mundo ahora.

 

Pero hoy escribo sobre ti, que nunca hemos hablado, nunca hemos tenido ni tendremos una conversación, escribo sobre ti porque nos separan 2 años... Porque la vida te da un puñetazo de realidad cuando te encuentras a alguien en este trabajo que tiene tu edad. En ese momento lo miras, te asombras y te da un vuelco el corazón. Valoras más las cosas, los paseos, ir de compras, bailar, a tu pareja…cosas insignificantes pero que en algún momento has dejado o dejarás de hacer.

Ahí estabas tú, como cada mañana postrado en esa maldita cama. Con Alejandro Sanz de banda sonora o los payasos de la tele, depende del día. Me gusta cuando suena Pablo López, pero el ¿cómo están ustedes? también me alegra la mañana, y tú con tu sonrisa. A mí, que me cuesta sacarla a pesar de que la vida hace eso, sonreírme. A ti, que parece que la tienes dibujada.

Con la palabra “leche” me das los buenos días, es tu manera de decirnos que espabilemos y terminemos de lavarte y vestirte para desayunar, porque disfrutas haciéndolo. El desayuno, un momento que algunos pasan por alto, pero que tú esperas con tanta ilusión, eso que a veces me falta, pero que a ti te sobra. Y estás deseando que llegue la ruta y te lleve al colegio, y te vas con una enorme sonrisa, ojalá la hubiese tenido yo cuando iba.

 

Porque hay momentos en los que nos falta agradecerle más a la vida, por respirar, por levantarnos, por poder ir a trabajar, por enamorarnos... La vida no dejará que te enamores pero la gente lo hará de ti, porque desprendes ganas de vivir, de luchar, de seguir...

 

Tú y yo, que podríamos haber ido de cañas como cualquier amigo, o al mismo instituto o a bailar porque sé que te gusta, lo hemos hecho, tú desde tu silla de ruedas, pero hemos bailado. Hemos estado en Pamplona, en los San Fermines, desde tu casa, pero hemos estado... 

Te miro y me recuerdas la suerte que tengo, te miro y te admiro por seguir luchando desde tu cama, no me imagino lo que haría yo en tu situación, porque es duro imaginarlo. Porque ahora que escribo estas palabras desde el asiento del metro, camino del trabajo, pienso en ti, en la ilusión con la que harías cosas que a mí a veces me dan pereza, pienso en que estaciones de metro te bajarías si pudieras o en qué te hubiese gustado trabajar.

Gracias por abrirme los ojos, quiero vivir la vida de otra manera, disfrutándola cada segundo, sentir que merece la pena levantarme cada mañana para ayudar a personas como tú. Por todo eso y por mucho más, mil gracias Abraham.

Gracias también a ti Conchi, por demostrarme a mí que no he tenido la oportunidad, lo que haría cualquier madre por su hijo, luchar y no rendirse. Porque la vida es eso, luchar, caerse y volver a levantarse, aunque la vida no te deje, aunque te duela... vencer las mil batallas que nos presenta o por lo menos intentarlo.

 

Y gracias a todos los que me habéis abierto la puerta de vuestra casa y tratado como una hija, una nieta o una amiga. Gracias a Nico, Paqui, Adoración, Teresa, Lola, Manuel, Andrés, Estrella... No dejéis de sonreír.

 

Y no me olvido de ti Ascensión ni de tu hija, habéis perdido a una parte muy importante de vuestras vidas durante la pandemia, ¡¡maldito Covid!! Espero que desde dónde estés, me veas los días de viento y te rías como lo hacías por mis pelos de loca cuando llegaba a tu casa, no te acordabas de mi nombre pero sabías que era yo, tu sonrisa te delataba. ¡¡Hasta siempre Pablo!!!