Así nació mi vocación como cuidadora para más adelante convertirse en mi profesión.

Mi papá septuagenario enfermó de Alzheimer. A lo largo de su enfermedad, pude ver de cerca y comprobar la importancia de la figura del cuidador, pues sin saber cómo, arrastrada por el cariño y la devoción que le profesaba, me convertí en uno de ellos.

Mi papá tuvo la suerte de contar, además con la ayuda de mi hermano Jesús y de mi madre, ésta última más desgastada por cuánto significaba. A pesar de ser siete hermanos, sólo Jesús y yo nos dedicamos casi plenamente, a sus cuidados.

Al principio acudía, media jornada, a un centro especializado para intentar paliar o retrasar en algo los fatídicos e irremediables efectos de esta enfermedad. Por desgracia, debido al avanzado estadio en que se encontró rápidamente, a los pocos meses fue trasladado de urgencias al hospital, donde permaneció hasta el final. Murió entre los mimos y cuidados de Jesús y míos, ante nuestros ojos.

Aquello me marcó profundamente, pues él, había sido el motor de nuestro hogar, el cariño y la alegría personalizados, nos dejó devastados y separó nuestra familia.

 

La experiencia dejo en mí una huella tan profunda que fueron despertando en mi interior fuertes deseos de seguir cuidando a otras personas que lo necesitaran. En estas, comencé a estudiar Geriatría y especialización en enfermos de Alzheimer. Antes de acabar los estudios, ya empecé a realizar algunos trabajos de cuidados a Mayores.

Poco a poco se fue materializando una fuerte atracción entre estas personas y yo, ellos disfrutaban, incluso, requerían mis cuidados específicamente, pues me daba en cuerpo y alma, sin importar horarios ni pagas, mostrándoles mi cariño y entrega sin reservas. Recuerdo que, al principio, me costaba dinero ir a trabajar, pues la zona quedaba lejos de casa y el gasto del autobús resultaba más de lo que ganaba, pero no me importó, tal vez esto cambiaría más adelante.

 

Trabajando ya en un centro geriátrico en mi ciudad, me iba sintiendo día a día más realizada y contenta, mis jornadas estaban llenas de infinita gratitud. Los abuelos son personas espectaculares, capaces de aportar mucho y bueno a nuestra vida, en estos momentos, ya gastados de la suya, necesitan de nuestro cuidado, pero sin olvidar que una vez fueron jóvenes, tuvieron una vida plena y merecen, cómo no, todo nuestro respeto y cariño. Y, sobre todo, dignidad, no logro entender cómo a la gente se les olvida esto tan rápidamente, acaso se piensen exentos de esta situación.

Se me eriza el cuerpo al recordar algo de lo que fui testigo, aún me dura la estupefacción a pesar del tiempo pasado. Una compañera, propició un acercamiento sexual, él con demencia senil y ella diagnosticada con trastorno de ansiedad y depresión, con todo tipo de alteraciones.  <Gestionó directamente tocamientos entre ambos, sólo para el divertimento de los presentes>.

¡¡¡¡¡¡¡¡Cuánta maldad!!!!!!!!, falta de escrúpulos, ética, moral, respeto..., por supuesto, mostré mi indignación ante tal hecho y no pude acuñar esta postura, que para otros no fue más allá de una tontería para pasar el rato, aunque reconozco que no me sentí capaz de denunciarlo ante mis superiores, pues ponía en juego la reputación de mis compañeras, sumado al poco tiempo que llevaba trabajando con ellas. Aún me pregunto si actué correctamente.

Este hecho no podía acobardarme, sino alentarme a seguir adelante, poniendo más empeño si cabe, en el desarrollo de una labor que desgraciadamente no se ajusta a todos los perfiles.

 

Son ya más de veinte años dedicada a su cuidado, ha habido que soportar muchos contratiempos, dificultades laborales, contratos poco ortodoxos, gestiones imposibles, celos y rechazos de compañeros, incluso de superiores.

En alguna ocasión mi falta de experiencia y el haber mostrado mi lado bueno, me costó el puesto, lo que me incitó a montar mi propio Centro de Mayores, pese a tener todas las instalaciones precisas y contar con bastante ayuda para iniciarme en el proyecto, falló el sistema burocrático y me sentí incapaz de sostener en el tiempo la espera de los permisos que nunca llegaban, por lo que me vi obligada a cerrar antes de abrir. No obstante, aquí sigo, misma dedicación, mismos deseos de aportar mi granito de arena a este sector que merece todo mi respeto y admiración y mantiene vivo en mí, el recuerdo del gran hombre que fue <MI PADRE>.