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Ibrahim Barry partió de Guinea hace diez años. Tras cruzar el desierto del Sahara y malvivir durante meses, la patera en que viajaba tocó tierra en una playa malagueña. Durante todo su viaje, seguramente nunca pensó que había un hogar manchego al que un día llegaría casi como un ángel.
Jesús, mi marido, vive con esclerosis múltiple desde hace veintiséis años. La enfermedad avanzó de tal manera que desde hace ya bastantes años no puede moverse de cuello para abajo y necesita la ayuda constante de un cuidador que venga a casa todos los días. Se trata de un trabajo delicado, mental y físicamente exigente. Aunque hemos sido en general afortunados, en una ciudad pequeña como Ciudad Real, donde vivimos es difícil encontrar personas dispuestas y competentes. Así, hace cuatro años nos encontramos en búsqueda un poco desesperada de cuidador, cuando un amigo nos mencionó que cierto joven guineano podría estar interesado.
Cuando Ibra llegó a nuestra casa tenía apenas veintidós años y nunca había trabajado como cuidador. Poco importó, porque demostró un instinto, motivación y una inteligencia natural que le hicieron aprender rápido el oficio. Desde el principio, Ibra atiende todas las necesidades de Jesús con destreza y delicadeza. Su ayuda es absolutamente indispensable y va mucho más allá de sus necesidades básicas de higiene y cuidado: pasean juntos por la ciudad, van a conciertos de jazz, hasta viaja con nosotros por España cuando es necesario. Siempre está dispuesto a un cambio de horario o una hora extra cuando lo necesitamos y a ayudarnos con cualquier otra cuestión.
Ibra ha demostrado un cariño por Jesús que va mucho más allá de lo que podíamos esperar. Le alegra las mañanas cuando entra por la puerta con una sonrisa, le explica que tiempo hace, le pregunta qué tal noche ha pasado, se ponen al día de las noticias, hablan sobre lo divino y humano. En pocas palabras: trae el aire de la vida a alguien que apenas puede salir de casa. Por su lado, Jesús comparte un poco de su sabiduría y alienta a Ibra cuando lo necesita. Si algo he aprendido yo misma sobre el cuidado en todos estos años, es que la relación de cuidado es por definición mutua: que no hay buen cuidador sin un buen “cuidado”, que la persona cuidada necesariamente contribuye con su respeto, cariño y buen humor ante su adversidad. También con unas condiciones salariales y laborales justas. Y con la implicación de toda la familia y el círculo inmediato de la persona dependiente. Ibrahim no tiene familia en España, pero realmente lo sentimos como parte de nuestra familia, tanto nosotros como todos nuestros amigos y familiares.
Ciudad Real es una ciudad pequeña en la que aún es relativamente infrecuente ver a personas negras, más aún hombres realizando trabajos de cuidado. Incluso después de cuatro años, no es raro que alguien por la calle al ver a Ibra y Jesús paseando juntos con la silla de ruedas exclame “¡como en la película Intocable!”, a lo que los dos responden con la sonrisa de quien ha oído esto ya muchas veces.
Ibra es un ejemplo de integración en nuestra ciudad: tiene un gran círculo de amigos y está implicado en diversas asociaciones sociales, especialmente ayudando a otros migrantes recién llegados. Gracias a Ibra, Jesús, que siempre estuvo implicado en movimientos sociales, ha vuelto a acudir a manifestaciones y participar en la vida social de la ciudad. Ibra no sólo habla español perfectamente, sino que le encanta recorrer los parajes naturales de nuestro país, muchos de esos que los de aquí nos pasamos una vida sin conocer. A pesar de todo ello, del trabajo estable y la labor imprescindible que realiza en nuestro hogar, tuvo que pasar un auténtico calvario burocrático para conseguir sus papeles, y aún puede contarse entre los afortunados. Vivir este proceso con él nos ha hecho ver que no solo debemos reivindicar enormemente el valor social que todas las personas que realizan labores de cuidado, sino también replantear seriamente cómo tratamos a las personas que vienen de fuera a ganarse la vida en nuestro país y tan frecuentemente son quienes cuidan a nuestros seres más queridos.
Por todo ello, y aunque estamos seguros que le dará un poco de vergüenza ver su nombre aquí, queríamos compartir la historia de Ibrahim y Jesús. Independientemente del resultado del concurso, el premio ya lo ganamos nosotros con él.