Hablar del Buen Morir puede parecer una contradicción, quizás os preguntareis ¿Se puede morir "bien"? ¿Cómo es esto posible?

Pareciera que las respuestas a estas preguntas no tuvieran cabida en nuestra sociedad y que la palabra muerte la intentamos disfrazar de todas las maneras posibles. Sin embargo, nada forma más parte de la vida, que la propia muerte.

Aunque a diario vivimos inconscientemente con este hecho inexorable, hace un año tuvimos una experiencia que nos dio una gran lección, concretamente de ¿Cómo “vivir” ese momento cuando llega?.

 

Un día tal como hoy, recibimos una llamada de María quien nos comentaba la situación de su hermano Juan, quien con 61 años, tenía una enfermedad terminal y la esperanza de vida era de muy pocos meses. Juan era un hombre de ideas firmes, con una filosofía de vida muy particular a la que no estaba dispuesto a renunciar, era una persona atea con profundas convicciones éticas; manifestó que no aceptaría ninguna oratoria ni acompañamiento religioso, fumaba mucho e iba a seguir haciéndolo hasta que su cuerpo aguantase, así, como su adicción por el alcohol.

Por supuesto, no quería que nadie le “invitase” a modificar sus hábitos ni le hiciera apología sobre la bondad de otro estilo de vida y ninguna manera de compasión a su alrededor.

María buscaba con gran premura contar con el apoyo de agentes externos que formarán parte del núcleo de apoyo tanto de ella como de Juan, es así, como rápidamente entendimos lo que ellos necesitaban y la pronta respuesta para enfrentar tal situación.

Establecimos un vínculo especial con esta familia, no solo por la delicada situación sino por la particularidad de la personalidad de Juan. Ana, una de nuestras psicólogas, fue la encargada de realizar la evaluación completa del estado físico, mental y sobre todo espiritual. Con toda la información ya recopilada y tras varias conversaciones nuestros compañeros de selección elaboraron el perfil de la persona que debía encargarse de sus cuidados para posteriormente presentar 3 posibles candidatos.

Juan decide seleccionar curiosamente a Miguel, quien era un hombre profundamente religioso. Es aquí cuando la intervención de su coordinadora social fue determinante para ponerle sobre aviso de los deseos de Juan. Miguel, con una gran empatía, entendió perfectamente lo que se esperaba de él. Su mimo, atención, dedicación y sensibilidad fueron tan exquisitas que ambos conectaron al instante.

Alrededor de Juan se estableció un cordón de bondad, respeto, sensibilidad, pero, sobre todo, de cuidados diseñados por un equipo multidisciplinario dirigido por “la directora de orquesta” su coordinadora social, como yo la llamaría. Su asesora familiar, quien gestionaba cualquier nueva demanda hecha por María, ante nuevas necesidades, por sus cuidadores, quienes monitorizaban constantemente sus cuidados diarios y coordinarse entre ellos para que la situación fluyera con armonía entre los turnos, por su hermana y su cuñado, quienes no flaquearon anímicamente en ningún momento, delante de Juan.

Con lágrimas en los ojos tuvimos que decir adiós a Juan, quien falleció plenamente consciente hasta su último aliento. Con gran tristeza nos despedimos, pero con la sensación de tranquilidad de poder haber cumplido nuestra labor “El buen morir de Juan”, hoy en día nos sentimos privilegiados, pero sobre todo agradecidos por tal lección, vivir esta experiencia nos supuso un halo de bondad provocado por la voluntad de una persona de “morir como quería” y la enseñanza de que formamos parte de un círculo en ese momento.