Mi historia como cuidadora profesional comienza el año 2010, cuando empecé a hacer el curso de atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales; ya había trabajado en ayuda a domicilio y era una oportunidad más de trabajo, ya que por entonces el trabajo escaseaba.

Cuando comencé el curso pensé que yo no iba a valer para trabajar en esto, pero según avanzaba me iba gustando más. Hice mis prácticas en la residencia donde empecé a trabajar.

En 2011 comencé a trabajar en la residencia de Fontiveros, mi pueblo, allí todos me conocían, conocían a mi familia, era muy gratificante, además de que en ella también estaba mi abuela y pude disfrutar de ella todo el tiempo hasta en el momento de su muerte en el que me pude despedir de ella como no lo habría podido hacer de otra manera. En este trabajo la muerte siempre es dura, sobre todo si es de un familiar, pero te enseña muchas cosas, sobre todo lo importante que eres en el acompañamiento hasta el final del momento.

 

Ahora trabajo en otra residencia, la residencia de San Miguel Arcángel en Arévalo. Aquí hemos vivido unos de los momentos más duros cuando llegó la pandemia.

Aún recuerdo el primer día que nuestros ancianos nos vieron con la mascarilla y su cara de miedo al ver que no podían ver a sus familiares y que no podían acercarse a nosotras como lo hacían siempre, pero con el tiempo lo fuimos superando y hemos sabido sacar momentos felices de esto y ya nos conocen con mascarilla, hemos aprendido a sonreír con los ojos, nuestra vida cambió pero también la de ellos. Malos momentos que hemos podido superar todos juntos, intentando que fueran lo más felices posibles.

Como dije al principio pensé que no iba a servir para trabajar en este oficio, pero ahora mismo a día de hoy, no me arrepiento de haber tomado la decisión de hacer ese curso, porque me siento muy feliz y muy orgullosa del trabajo que tengo, porque creo que cuidar y acompañar a las personas mayores es uno de los trabajos más bonitos que existen.