Aunque haya pasado mucho tiempo ya, recuerdo vívidamente el pasado 16 de marzo del 2020. Ese día, mi vida dio un vuelco, tanto a nivel personal, como profesional.

Soy psicóloga y desde hace más de veinte años, trabajo en el sector de la tercera edad.

De la noche a la mañana, tuvimos que cambiar toda nuestra manera de trabajar en la residencia y adaptarnos a las circunstancias. ¡No fue fácil, no voy a mentir! Se juntaban tantos factores…la incertidumbre, la angustia, el miedo. No sabíamos cómo hacer las cosas y los protocolos iban llegando de manera desordenada y cambiante. Hoy nos decían una cosa y mañana otra diferente. Eso me generaba la sensación de no estar haciendo las cosas bien, o por lo menos, como a mí me gustaba.

Pero en medio de ese caos, recibí una gran lección por parte de todos los residentes de mi centro. Ellos me ayudaron a crecer, me empoderaron profesionalmente. Hicieron que me reinventara, que saliera de mi zona de confort y que a pesar de que en el mundo la situación era angustiosa, me esforzara por hacerles la vida lo más llevadera posible. ¡Nunca en mi vida había desarrollado tan intensamente mi profesión, ni me había sentido tan útil!

 

Me enseñaron, que daba igual las circunstancias en las que nos encontráramos, que lo verdaderamente importante era la alegría con la que me recibían cada mañana.

Aprendí, que no necesitábamos la boca para comunicarnos, ya que, en esos días, me dijeron con los ojos mucho más que con palabras.

Entendimos, que a pesar de que echábamos mucho de menos a la familia de sangre, entre las cuatro paredes de la residencia, teníamos una familia de corazón.

Lloramos juntos, por los que se fueron, por los que estaban, pero no podíamos tocar ni besar, por los que no entendían qué estaba ocurriendo, por los que estaban fuera… Pero también nos consolamos juntos, nos alegramos por los pequeños logros que íbamos consiguiendo. Celebrábamos entusiasmados cuando alguno de los nuestros le plantaba cara a este virus y lo conseguía vencer.

 

A los sanitarios, nos dieron el título de héroes sin capa y no les quito la razón, pero yo por lo menos, no lo hubiera conseguido sin ellos, sin los residentes que me apoyaron, alabaron mi esfuerzo, me animaron para que no cayera, …

Aunque fueron días que prefiero no recordar, sé que nunca los podré olvidar, por todo lo vivido, lo que sentí y lo que me aportó tanto a nivel personal como profesional.