No resulta fácil resumir mis vivencias como cuidador de mi esposa en 700 caracteres, aunque lo intentaré.
Cuando el diagnóstico de mi esposa decía que tenía un deterioro cognitivo leve precoz, mi vida dio un cambio, pues hizo que me replanteara todo lo que estaba haciendo en ese momento. Tomé la decisión de olvidar todo lo que hacía para pasar a cuidar y vivir con todos sus momentos la enfermedad de mi mujer.
No fue fácil, pero tengo que decir que fueron trece años maravillosos. Me costo adaptarme a esa vida de estar las veinticuatro horas con mi esposa, pero el previo análisis a esta decisión hizo que en todo momento fuera una persona feliz a pesar de la enfermedad con la que convivíamos.
Lo primero que hice fue pensar que significaba para mí la palabra CUIDAR, pues no era fácil para mí realizar esta labor. Hice el ejercicio de escribir lo que esta palabra significaba, lo tuve claro y di el paso adelante de ser el cuidador de mi esposa.
¿Qué significaba para mi cuidar? Lo primero que me vino a la memoria es “preocuparse del otro”, y para ello tenía que existir conexión, integridad y esperanza de hacerlo bien.
Para mi cuidar no solo debía ser prestarle unos servicios familiares a mi esposa o contratar profesionales para su cuidado. Cuidar tenía que significar mucha más implicación. Cuidar a mi esposa tenía que ser como tu quisieras ser tratado ante igual enfermedad. Por eso necesitaba conocer las necesidades que se irían dando con la evolución de la enfermedad.
Analicé a fondo y por ello escribí cuatro pilares importantes a desarrollar en el día a día.
Cuidar es conectar con la otra persona de forma auténtica.
Cuidar es comprender y transformar el sufrimiento de esa enfermedad tan dura.
Cuidar es disponer que tu casa sea el mejor refugio y la mayor fuente de paz.
Cuidar es encontrar un sentido a nuestras vidas.
Hoy, quince años después de aquel diagnóstico y dieciséis meses después de su fallecimiento, tengo que decir con total sinceridad que acerté. Mi vida cambió, pero fue un cambio a mejor, pues la vivencia de ese cuidado fue de las cosas más bellas que me han ocurrido en mi larga vida.
¿Por qué nos asusta tanto esta enfermedad del Alzheimer?
Nos asusta porque sus tentáculos trastocan de mil maneras diferentes la vida de cuantos alcanza, poniendo a veces patas arriba el statu quo de las relaciones familiares, cuando no también el estado físico, el emocional y hasta el mental por la dedicación necesaria.
Si a esto añadimos, así lo dicen los expertos y las estadísticas, que esta enfermedad suele ser de largo recorrido. Enfermedad para la que no existen muchos protocolos ni guías que marquen una pauta con la que desenvolverse con fluidez ante ella, el cóctel de complejidades, incertidumbres y desencanto está servido.
Uno, durante este largo periodo, escuchaba muchos consejos y admiraciones, pero mi pensamiento estaba únicamente dirigido a ser feliz y hacer feliz a mi esposa y a todos aquellos que nos rodeaban. Me preguntaban cómo podía decir esas palabras, y les decía que eran cosas muy sencillas: paciencia, amor y dedicación.
Gracias a esta enfermedad y a la oportunidad que el cuidado de mi mujer me ha dado, he aprendido a entrenar este importante músculo que es la paciencia. He sido capaz como uno más de aprender a ralentizar el desenfrenado flujo de mi mente, de salir de la inercia del hacer para situarme en el ser.
En otras palabras, con compromiso y determinación fui logrando con paciencia encontrarme con mi esposa, allí donde ella estaba.
Gracias a esos encuentros fui descubriendo la importancia de parar, de dejar de tener prisa para vivir plenamente el instante de cada momento de su enfermedad. Por ella me daba tanta alegría lo que recibía de ella, esa sonrisa diaria que me ofrecía cada día al levantarle por la mañana. Esa era mi fuerza decisiva para seguir con el ánimo, la fuerza, la ilusión de cuidarla en nuestra casa. Y fue precisamente esa falta de sonrisa la que, allá por el mes de agosto, me anunciaba que estaba próximo su fallecimiento que tuvo lugar el 10 de septiembre de 2019.