Les voy a contar una breve historia de una familia de robles fuertes y valientes que demostraron, en su peor vivencia terrenal, estar más unidos que nunca, donde cada uno apoyó y ayudó de la mejor forma que pudo y que dentro de las diferencias que cada uno podía tener, pudieron proporcionar su granito de arena.
Esta historia se centra en el papel que protagonizó la 2ª de los cuatro hijos que tenía el señor roble, Don Rafael. Su hija Cristina, siempre ha sido una persona responsable, coherente y cabal, muy apegada a su padre, lo que nunca se imaginó es que iba a tener que lindar con el peor de los temores humanos, la muerte de un ser muy querido, su padre.
Todo empezó en noviembre del 2015, cuando a su padre, el señor roble, le diagnosticaron la enfermedad de la ELA, una enfermedad degenerativa neuronal sin cura y cuyo nivel medio de vida es de 3 a 5 años. En un primer momento te quedas en shock sin poder creerlo, culpando y maldiciendo por ello y preguntándote que por qué a él, pero pronto vas pasando por diferentes etapas en las que la capacidad humana te da las fuerzas para sobrellevarlo todo lo mejor posible, ya no por ti, sino por él, porque son momentos en lo que el enfermo necesita el mayor apoyo posible, no sólo a nivel físico sino sobre todo emocional. Ver como toda una vida pasa por su cabeza, la cual está al 100% de su raciocinio y a la vez es consciente de cómo su cuerpo se va deteriorando y apagándose sin poder hacer nada teniendo un fin marcado, eso es desolador y si me apuras antinatural, ningún ser humano debería de pasar por ese sufrimiento.
El papel de Cristina fue crucial ayudando a su padre a luchar por sus valores y creencia hasta el final. Luchó hasta el final para que en todo momento su padre fuera atendido de la mejor forma posible cuando estuvo ingresado por las intervenciones de la PEG, por sus problemas respiratorios, su adaptabilidad a los aparatos, por encontrar alternativas por mejorar su calidad de vida, buscó investigaciones, siguió los progresos médicos en relación a la enfermedad, probó otro tipo de medicina alternativa, luchó porque su padre fuera escuchado a nivel político redactando una carta por una vida digna y con derecho a decidir por ella, apoyando la Ley de la eutanasia, pidiendo más inversión para la investigación de la ELA y dando a conocer la enfermedad a nivel social, difundiéndolo en las redes sociales. Acudió a cursos y conferencias y en todo momento le hacía participe a su padre y le asesoraba. Fue una lucha continua y a contrarreloj, que a la vez le gratificaba porque sentía que le ayudaba en cierto modo a llevar a cabo aspectos técnicos que por él mismo ya no era capaz, pero a la vez sentía que podía hacer mucho más.
Con el paso del tiempo, Cristina se dio cuenta que llega un momento que lo único que ya puedes hacer es estar junto a esa persona que tanto quieres y que ves cómo se va apagando y que con sólo mirarle sabes lo mucho que está sufriendo y que pide a gritos que le dejen descansar, y tu asientes con la cabeza diciendo que le apoyas y que le entiendes. Es muy duro.
Rafael no llegó a ver hecho realidad la Ley de la eutanasia, pues falleció el 04 de abril del 2019, pero sí contribuyó a que fuera escuchado.
Hay muchas formas de ser cuidador, no sólo a nivel de cuidados físicos y acompañamiento de la persona, sino también a nivel emocional y comprendiendo los deseos del enfermo para apoyarle en todo lo que requiera y conseguir que en sus últimos momentos de vida los vea hecho realidad y disfrute lo mejor que pueda.
Rafael fue un gran roble fuerte y valiente hasta el final que optó por donar su cuerpo a la ciencia y que luchó por una muerte digna hasta el final, siempre acompañado de su familia, ROBLE, Y en la que cada uno tenía su papel.