Protagonistas del relato, sonrientes y felices.

Son Navidades de 2018, la persona más importante de mi vida vuelve a Valencia tras varias semanas sin estar juntos y manteniendo por aquel entonces una relación a distancia por motivos laborales. Todo apuntaba a que iban a ser unas navidades especiales, todos juntos, pero fue el punto de inflexión que cambió mi forma de ver la vida para siempre y sé que la suya también.

Le acompaño el día 26 de diciembre al hospital en donde trabajo para hacerse una resonancia que yo mismo le solicité por un dolor de espalda de meses de evolución con la creencia de que no iba a ser nada. Minutos después, la radióloga habla conmigo y me comunica que mi pareja tiene cáncer, a la espera de confirmar de qué se trataba exactamente. En ese preciso instante todo se derrumba en mi interior. Negación, tristeza, impotencia, desesperación y rabia se apoderan de mí sin saber cómo procesar dicha información. Multitud de escenarios pasan por mi mente no pudiendo asimilar ninguno de ellos.

Decido salirme unos instantes, me desahogo como nunca recuerdo haberlo hecho y dejo que afloren todas esas emociones. Ella sale de la resonancia a la espera de hacerse un TAC para tipificar la clase de tumor. Todavía hay días que me pregunto cómo pude hablar con ella en ese momento sin esbozar ninguna lágrima y decirle la situación en la que se encontraba. Linfoma de Hodgkin en estadio IV fue el diagnóstico final. Su entereza al recibir aquella información me dejó huella y a día de hoy mi admiración por ella no hace más que crecer.

 

Fueron semanas y meses muy difíciles. La forma de ver, entender y vivir la vida cambió radicalmente y más aún tras enfrentarnos a una recaída y sometiéndose a un autotransplante de médula ósea. Pero la lucha y la esperanza jamás la perdimos. Como respuesta a todo ello, remisión metabólica completa a día de hoy, curada.

Al principio recuerdo contener y no expresar los sentimientos que yo consideraba negativos o perjudiciales tanto para mí cómo para ella. Pero con el paso de los meses y en especial a día de hoy, me he dado cuenta en gran parte gracias a ella, que la mejor forma de cuidar, apoyar y acompañar a la persona que más quieres en situaciones como éstas es mostrar la naturalidad que nos caracteriza a todos. Sentir de vez en cuando tristeza, preocupación o esbozar un lloro es lo más humano que existe. Mostrarnos tal y como somos en cada instante es una muestra de valentía y humildad. Valores como la aceptación, coraje, solidaridad, confianza, gratitud y resiliencia cobraban más relevancia en mí.

 

En estos más de dos años hemos tenido que hacer frente a muchos obstáculos, pruebas, ingresos hospitalarios, sesiones de quimioterapia etc. Echando la vista atrás me doy cuenta que de una manera u otra aprendes de todas y cada una de esas vivencias. Quería aprovechar este testimonio para agradecerle el haber podido compartir con ella todos los aprendizajes que se han desprendido de esta experiencia. Y en especial, la nueva forma de afrontar la vida, el valorar y centrarse en lo realmente importante, en aquello que hace que todo lo demás pase a un segundo plano, la salud.

A raíz de esta situación, si pudiera dar un solo consejo tanto a pacientes como a cuidadores es la importancia de tener una actitud positiva ante las circunstancias. Aunque a priori las veamos con connotación negativa, de crisis o incluso de tragedia y no podamos cambiar aquello que nos sucede, lo que sí que depende de nosotros es la manera de mirarlas, la actitud con la que se afrontan.

Y al final, a pesar de tantos momentos difíciles, poder salir del hospital, verla al otro lado de la calle, encontrarnos a mitad camino y poder abrazarla diciéndole que todo ha salido bien es lo que hace que la vida merezca la pena ser vivida.