Corrían los primeros días de marzo y los primeros brotes de mi jardín comenzaban a florecer. Este jardín que con tanto mimo y cuidado íbamos cuidando cada día con mimo y tesón.

Oíamos hablar de una plaga que nos podría afectar, pero como tantas otras… aquí no llegará. Tan solo unos días después mis primeras rosas comenzaron a marchitar. Sin saber por qué, sus hojas caían, su savia dejaba de recorrer su tallo y yacían tumbadas sin explicación.

Sin saber qué estaba pasando, algo nos estaba atacando. Y cerré la verja de mis tierras. Busqué entre todos los medios que tenía y aunque parecían mejorar, algunas flores no sobrevivían. Exaltado por este desconsuelo, leí y pregunté a compañeros en igual situación, acudí a viveros y floristas esperanzado en su experiencia, pero sus remedios parecían tampoco del todo funcionar.

Una hipótesis se nos imponía… separar las flores tersas de las marchitas. Y así fue como comencé a dividir mi jardín. Simplemente observando mi flor, tenía que decidir en qué zona colocarla, sin un reactivo que me lo confirmara. Gracias a la ayuda de unos expertos forestales, fui capaz de distinguir mis 3 invernaderos: el rojo para las flores marchitas, el amarillo para las plantas cultivadas cerca de las marchitas y el verde para flores que no parecían estar mal.

Mis pedidos peligraban y los clientes llamaban a la puerta de mi jardín. Algunos lo entendían, pero otros querían su planta, pero no me podía arriesgar a que se marchitase todo su hogar.

Seguía mimando a mis flores con detenimiento, observando su comportamiento, aplicando sin sigilo todas las ideas que me llegaban para su tratamiento. Como si de la flor más débil se tratara, desinfectaba todo con esmero, no podía permitir que mi jardín desapareciera después de tantos años de fomento. Un olor invadía mi plantación, un olor fuerte, como a lejía, pero en silencio. Silencio… no se oía nada por la calle… comprobé a qué suena el silencio.

Y como si de una persona se tratase, comenzaban a decaer, su tallo se volvía color cartón a la vez; aprieto fuerte tu mano y no te dejaré caer. Con lágrimas en los ojos por no saber que hacer… ahora seco mi mirada mientras recuerdo esta historia otra vez.

 

Sacando fuerzas día y noche, sin parar de hacer, dando palos casi palos de ciego, pero no podía ceder. Dia tras día, flor tras flor, así batallamos hasta que a los dos meses un primer brote resurgió. Agotado y casi sin fuerzas, ahora había que seguir… algún abono, algún fertilizante, algún fungicida, o quizás todo a la vez, pero esto parecía salir.

Poco a poco y con perseverancia, conseguí resurgir mi jardín ahora ya en marcha. Aun no podía atender los pedidos, pero yo cuidaba de sus plantas.

Confiado en que no me volvería a suceder, guardé de todos los productos que utilicé esta vez… mantuve mis 3 invernaderos por si volvía de nuevo.

Y como terminó Arthur Golden en su libro Memorias de una Geisha, estas no son las memorias de un jardinero, estas son las memorias de un enfermero que luchó con perseverancia entre tanta pérdida y desconsuelo. Y que nada habría podido conseguir sin la ayuda incondicional de todos sus compañeros.