Madre e hija comiendo un helado

Siete de la mañana. Rita me palmea la cara, para que me despierte. Hace el signo de comer, así que me levanto con ella.

Preparo un bol con cereales y leche. Come dos cucharadas y se levanta porque ha visto su juguete favorito. Aparta el cuenco con los cereales para jugar (esta es su forma de decirlo, porque, aunque Rita tiene casi cinco años, no habla).

Apilamos los bloques de madera uno encima de otro. Lo que más le gusta es tirar las torres que construimos. Le provoca risa. Llevamos meses haciendo torres, pero como ella disfruta me mantengo sentada a su lado.

Después coge la baraja de cartas y me la acerca, gruñe para que se la abra. Le hago el gesto de abrir, digo la palabra alto y claro para ver si repite: “pi” -dice- haciendo el gesto a su manera. Las esparce por todo el suelo. Elige un par de cartas que le han llamado la atención y se pasea con ellas, deja una en el cuarto de baño porque al entrar allí se ha encontrado un objeto más interesante. Coloca la que le queda en el sofá para sentarse a jugar con el peine que encontró en el baño.

Insisto para conseguir que recojamos. Es habitual que ignore las instrucciones que se le dan.

 

Son las 9. Su hermana mediana se despierta, viene para darle un beso. Rita se va, apartándola. Está contenta de que se haya levantado, pero esta relación es complicada. Se sientan en el suelo a jugar con las construcciones. No más de un minuto, pues Rita tira la torre de su hermana que se levanta y se echa en el sofá, enfadada. Rita me invita a seguir jugando con ella (señala el suelo vacío a su lado para que me siente).

Ignoro la invitación a jugar y recojo el cuerpecito de su hermana en un abrazo. En menos de tres segundos Rita está tirando de mi para separarnos. Tiene celos. Tengo ganas de ser un poco más madre de esta otra hija, a la que la situación obliga a crecer a pasos de gigante.

Llega Rita con mi móvil en la mano, pone ojitos y dice “no”, anticipando mi respuesta. Acto seguido dice “atatá" que es su forma de pedir que le ponga música.

Entonces aparece su hermana mayor que canturreando juguetea y consigue distraerla.

Les digo que nos vamos a la piscina y que hay que ponerse el bañador. Persigo a Rita por la casa para que se deje cambiar el pañal y vestir. Nos ponemos crema antes de salir de casa, ella se la pone infinitas veces en el mismo trozo de brazo. Cuando intento ponerle por el resto del cuerpo, sale corriendo de nuevo.

¡Salimos de casa! Respiro aliviada mientras hago recuento mental de lo que llevamos.

Rita no quiere caminar desde el coche hasta la entrada de la piscina. Al decirle que vamos a nadar para que se anime, sonríe y se pone a correr. Luego gruñe porque quiere llevar ella el churro. Ya hemos llegado y todo fluye, disfrutamos de un largo baño. Tenemos que usar el poder persuasivo de sus hermanas para salir. No se resiste mucho, pero secarla y ponerle la ropa es toda una hazaña.

Recuerdo un día que ya vestida salió corriendo y volvió al agua, hasta las rodillas (siempre reímos al recordarlo).

Ya me siento cansada y aún queda mucho día por delante. Ojalá duerma siesta, así cargo las pilas cinco minutos. Cerrar los ojos y volver a abrirlos para poder pasar un rato con las otras. Un juego de mesa, manualidades...a ver si terminamos antes de que despierte el huracán.

 

Cuidar a mi hija con discapacidad intelectual hace que me dé cuenta de que lo soy todo en su vida. Me otorga el poder de elegir el amor, el cariño, el crecimiento y el disfrute. Aparto el dolor para exprimir la esencia de los días.

Hoy elijo quedarme con las risas a pesar de la desesperación de no entendernos. Sé que, si hago una broma y me río, se va a reír conmigo.

Me toca aprender a caminar despacio. Vencer la frustración de que la palabra que hoy le enseño, mañana la habrá olvidado. Pero a las dos nos quedará el tiempo compartido. Y tú sonrisa, la más bella.