mujer en silla de ruedas en una residencia de personas mayores

Las noches oscuras se hacen cada vez más largas para Mariana. Es un reto entre la percepción y su ser interno que desea vivir de forma plena y vital. Sin culpas, sin tristezas, pero las circunstancias que la rodean día a día la impulsan a la melancolía, a la compasión de ver como la luz de su madre se va apagando con los días que pasan sin detenerse.

Han pasado ya quince años, cuando llegó la madre de Mariana a una residencia para adultos mayores. En aquella época, su madre era una mujer de ochenta y cinco años en plena lucidez, acompañada de su inteligencia, independiente, con funciones cognitivas normales. Muy activa hasta los noventa y cuatro años. Cuando solían pasear los domingos, madre e hija, bajo los rayos del sol, recreadas en la grandeza de una naturaleza que las cobijaba, brindándoles la libertad y el sentir fluir de una energía espiritual.

Mariana, su única hija, vivía en otro lugar, dedicada a su profesión y al cariño entrañable hacia su madre.

El implacable reloj, la soledad, la carencia de un propósito en la vida, unido principalmente al ambiente en la residencia, donde la hacían sentir un objeto, sin opinión, sin valoración, sino simplemente con la orden de rezar para culminar en el cementerio. Fue quebrando gota a gota la voluntad de vivir de la madre de Mariana. Los momentos que disfrutaban ambas, le revelaron a Mariana que algo estaba pasando con su madre y se preguntaba: ¿por qué ese cambio en mamá? Siempre estoy pendiente de ella, le consagro una gran parte de mi vida, con toda mi alma y el corazón que bien merece. Ella me comprende y agradece, quizás muchas veces, se siente una carga para Mariana.

Un día la mirada de su madre se fue apagando y la luz ya no era su amiga, cada día sus ojos grandes, color café, no percibían los rostros, hasta el de ella misma, ante el espejo donde acostumbraba a arreglarse a diario. Jamás volvió a ver los dulces ojos azules de su hija.

Hasta que el día de Reyes, la madre de Mariana desde ese día, la vida de ambas se transformó aún más.

 

Empezarían las noches oscuras para Mariana, junto con sus días, días de aprendizajes, médicos, búsqueda de apoyo profesional para una nueva convivencia diaria, entre dos seres que no se conocían. La hija había asumido en su totalidad el papel de la madre.

El agobio, cansancio físico y emocional alteraba su estado de ánimo que era siempre emprendedor, decidido y como bien decía ella misma: ¨ todo terreno¨

Hasta que llegó el momento en que decidió, terminar con la Mariana encarcelada en las rejas y los grillos que se había autoimpuesto. Necesitaba encontrar una nueva Mariana o más bien redescubrirse a sí misma.

La nueva persona que era su madre, día por día la sorprendía, era una adaptación y a la vez una aceptación. Demasiadas emociones y sentimientos encontrados.

Así empezó un proceso duro, pero revelador, poco a poco, enamorándose de sí misma. Mariana se atrevió a conocerse y su alma se fue aquietando.

El silencio se fue apoderando de ella, las meditaciones, relajaciones y los encuentros con la naturaleza fueron los bálsamos para su ser.

Una tarde gris, salió a caminar en el bosque, donde disfrutaba enormemente de aquellos encuentros con sus amigos; los árboles, el rocío, el rumor del agua que bajaba por las quebradas, el canto de los pájaros, la tenue luz que se colaba entre la abundante vegetación entrelazada que la cubría en los caminos. Su respiración profunda, la sentía hasta llegar a sus vísceras, necesitaba esa energía para continuar con él cuidado de su madre. La naturaleza había hablado, el viento movía los enormes árboles que aceptaban el vaivén de la brisa. Cuando de pronto, pensó Mariana, en lo bueno que sería aceptar que su madre debía terminar el invierno cruel por el que estaba transitando, que su alma podía buscar la primavera que le esperaba en otro plano.

Con las lágrimas en el rostro de Mariana, llegó la aceptación a su mente y a su sentir, su cuerpo se estremeció de dolor, pero a la vez de una libertad indescriptible que le daba paz a su corazón. Entrada la noche, ya pudo percibir pequeñas luciérnagas que revoloteaban entre los arbustos, saltando como de un corazón terminado.