Hoy en día se puede oír y ver testimonios en distintas áreas y ámbitos de la vida, de personas que llegan a adaptarse asombrosamente a la adversidad, ya sea un trauma, una tragedia, una amenaza o fuentes de tensión significativas, como problemas familiares, interpersonales o de salud.
Mi profesión como Trabajadora Social y el trato permanente con personas que han sufrido un accidente laboral, me lleva a ser una testigo afortunada que aviva permanentemente mi existencia y que me enseñan nuevos modos de pensar, sentir y vivir, como ningún manual ha podido ofrecerme nunca.
Más allá de una grave lesión, de una transformación radical del cuerpo, hay una persona, hay una historia contada, una callada, otra escondida e incluso una desconocida…siempre sorprendentes. Y no hablo meramente de supervivientes (que a veces ya es mucho), y por sorpresa, más de las que pensaba. Alguna de estas personas se queda muy poco tiempo cerca de mí, pero han dejado huellas profundas en mi alma y cuando las recuerdo, me vuelven a pasar por el corazón.
Todos sufrimos perdidas en algún momento de nuestra vida, y son pequeños o grandes duelos que hemos de afrontar, pero que no todos sabemos gestionar, porque las consecuencias de no hacerlo bien pueden ser demoledoras e ir más allá de lo que cabría esperar. Me encuentro a diario, no solo como profesional, sino como voluntaria en contextos sumamente desoladores; la prisión, las adicciones, la migración e incluso mi propia familia, donde atiendo a mayores dependientes… ¡tanto dolor compartido!, que a veces me siento traspasada y tengo la tentación y el riesgo de acostumbrarme, de endurecer mi corazón ante una corriente de dolor que puede llegar a arrollarme.
Al ser más consciente y sensible de tanto dolor ajeno, me lleva a no poder ser indiferente ante quien a mi alrededor la pasa mal. Yo no puedo decir “no lo sabía”.
Y es increíble y paradójico que esa fragilidad permanentemente en la que me siento instalada, le dé cabida a mi esperanza, a través de la cual veo más allá de las apariencias con las que se me presentan las personas, o los hechos que acontecen a mí alrededor, o incluso las situaciones personales que vivo. Ver más allá del fracaso, o de la limitación, o de las miserias de algunas vidas, o de su conflictividad, o de su problemática sea la que sea, me llevan a descubrir pequeños signos de vida en lo que parece no haber salida. Y es que, en el centro de cada herida, de tantas personas existe una luz, probablemente me llamen loca, pero así lo concibo y solo con el corazón se puede entender.
Pero es además de esa capacidad de superación de la que soy testigo en muchas personas, la que más me ha marcado ha sido la transformación de aquellos, que con toda la razón del mundo se lamentan, han visto transformado su corazón duro, en un corazón noble, donde no cultivan el resentimiento, pues por encima de todo, saben perdonar.
Es increíble que esta virtud quieran convertirla en un defecto, en un sinónimo de debilidad del carácter. Pues es una gran equivocación, las personas que poseen esta característica son más fuertes.
Un corazón noble, es grande en el sufrimiento y por ende, es muy sensible.
En mi día a día, me veo en la difícil tarea de comprender y hacerme comprender también, en una rueda de comunicaciones donde comparto sus vidas y cuando la otra persona capta que, de veras, nos importa lo que dice, no sólo le estamos haciendo a ella un regalo que ansía, aunque no lo exprese; si no que también estamos haciendo algo bueno por nosotros mismos.