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Mi nombre es Gerard, y soy auxiliar de ayuda a domicilio en la casa de D. Manuel. Cada día, a las ocho de la mañana, empiezo mi jornada acompañando a la persona que necesita mi apoyo, compañía y cuidados. El hombre en particular es Don Manuel, un hombre de 80 años, delgado, con una mirada profunda pero ausente. Tiene Alzheimer en grado 2, y cada día con él es diferente, pero a la vez interesante de compartir.
Don Manuel vive en una especie de nube. Hay mañanas en las que me saluda con un simple gesto de cabeza, asentando todo lo que le digo; otras, en cambio, no me reconoce en absoluto y eso me pone triste. Tiene la autoestima muy baja, a menudo dice frases como: “Yo ya no sirvo para nada” o “Perdona por molestar”.
Es duro escucharlo, porque yo sé que su valor no depende de lo que recuerde o pueda hacer solo, sino de que, es una persona muy valiosa, tanto para sus familiares, que lo respetan, como para mí.
A veces necesita ayuda para vestirse. Hay días que lo intenta, se pone la camisa al revés o se olvida de los calcetines, no se sube la cremallera, y le digo…. D. Manuel, el pájaro, se escapa…Se ríe.
Yo le ofrezco mi mano, no solo para guiarlo, sino para hacerlo sentir capaz. Le digo: -“Vamos, Don Manuel. Hoy nos vamos a poner bien guapos.” - Y aunque no lo diga, a veces sonríe un poco con los ojos.
Tiene un nivel afectivo bajo, no suele mostrar cariño, ni abrazos, ni muchas palabras. Pero yo he aprendido a leer los pequeños gestos: cuando se deja peinar, cuando acepta que lo abrace si tiene un mal día, o cuando me da las gracias bajito, casi como si le costara.
Don Manuel también tiene problemas con el control de esfínteres, algo que le avergüenza mucho. Yo siempre procuro cuidar ese momento con delicadeza, con respeto, sin que se sienta observado ni juzgado. Le hablo con calma, como a un amigo, y trato de que se sienta digno, aunque su cuerpo ya no responda igual que antes.
Los días buenos, cuando su memoria le permite un poco de luz, me cuenta que fue carpintero. Que hizo los muebles de su casa con sus propias manos. Que amaba a su esposa y que tenía una perrita llamada Linda. En esos días me mira con orgullo y me dice: -“¿Tú sabes lo que es trabajar con las manos? Eso no se olvida.”- Yo asiento, aunque sé que al día siguiente puede que no lo recuerde.
Cuidar a Don Manuel no es solo atender su cuerpo, es también estar con él, en silencio, respetando sus momentos, sus pausas, las cuales me encantan vivir, mi paciencia y mi afecto, derrocha, aunque no lo devuelva como otros. En su mundo, que cada día se deshace un poco más, yo intento ser una pequeña isla firme.
Y si algún día no me recuerda, estaré bien, porque yo lo recuerdo por los dos.