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Me llamo Ana, tengo 45 años y os voy a contar mi historia como cuidadora, una historia que comienza en la niñez.
Cuando tenía 14 años la última vez que vi a mi abuelo fue una tarde que se lo llevaban al hospital y tuve que “arreglarle”, así lo decía él, recuerdo que cuando estaba afeitándolo me dijo ”tú vales para cuidar enfermos, tienes algo”, esa frase la tengo guardada en mi corazón. Poco después mi abuela comenzó con Alzheimer y durante 10 años estuvimos acompañándola y cuidándola entre mis padres, mi hermano y yo. Los cuidados eran básicos pero nuestro propósito era que estuviera bien, que se sintiera siempre en familia. En sus últimos años ya no nos conocía, pero recuerdo que una vez estando ingresada mi hermano y yo fuimos a visitarla. Al vernos unas lágrimas recorrieron sus mejillas, yo sabía que nos conocía, no era necesario hablar solo sentirnos y decir “aquí estamos contigo”.
Estudié auxiliar de enfermería e integración social y comencé a trabajar en residencias. Al principio fue duro porque solo sentía pena por las personas mayores, poco a poco fui transformando esa pena en energía positiva para transmitírsela y con solo una sonrisa encender luces en la oscuridad.
Trabajar en residencias es un trabajo duro, mal pagado, con malos turnos y por desgracia mal visto en la sociedad. Me pregunto en qué momento pasamos de ser héroes a villanos. Durante el COVID nos aplaudían y tras varios reportajes televisivos esos aplausos se esfumaron. Está claro que nada es permanente.
Las residencias son instituciones adaptadas para cuidar y acompañar a nuestros familiares, con personal cualificado, pero en ocasiones ese personal no llega hasta allí por vocación y se palpa. Se debe dignificar este sector ya que cuidamos de quienes nos dejaran su legado, y eso nunca será posible sin una subida de salario.
Generalmente el mayor número de personas que acuden a las residencias son dependientes, la exigencia que ello conlleva puede llevar a quien trabaja a un estado de agotamiento tanto físico como emocional.
Las residencias necesitan gente cualificada, pero sobre todo necesitan gente con vocación, personas que cuando ayuden a alguien a comer no solo cojan su cuchara y se le acerquen a la boca, sino que se interesen porque sienten, si les gusta esa comida, que con su otra mano tomen su mano y los hagan sentir que no están solos. Todo debe tener sentido y así comienza la magia. Magia cuando en esos rostros cansados y curtidos por los aires que han acariciado su vida te regalan una sonrisa una lagrima o simplemente acaban su plato de comida. Es entonces cuando reconectamos con nuestra misión “cuidar también es acompañar”.
No quiero caer en la equivocación de catalogar las residencias como una gran familia, pero yo así lo siento.
Hoy trabajo en la residencia de Solares como integradora social. Aunque el caso no es que cargo tengo en el centro sino como lo desarrollo. Es importante diferenciar cada profesional y sus competencias, pero más importante aún es el trabajo en equipo, saber que hacer en cada momento, conocer cada uno de los aspectos de cada residente para identificar el porqué de una alteración de conducta, de tristeza, de sonrisa. Solucionar el problema e incluso anticiparte a ello. Debemos remar juntos, apoyándonos en los días malos y brindando en los buenos.
Sin la existencia de estas instituciones privadas el sistema de la ley de la dependencia sería caótico, ya que el sistema público no tiene capacidad para cubrir todos los derechos de nuestros mayores. Es bueno fomentar la atención domiciliaria, pero no todo el mundo puede quedarse en su casa. Debemos apoyarnos todos en este sector y luchar por un objetivo común.
Trabajar en una residencia para mi es honor, mi trabajo es un placer, donde disfruto y comparto mis emociones. Intento ayudar, colaborar, hacer reír... Les intento hacer partícipes de una sociedad que a veces se olvida que nuestros mayores son nuestras raíces. Han luchado duro para sacar adelante familias enteras, y ahora esperan de nosotros paciencia, cariño y comprensión. Cuidémoslos, respetémoslos, hagámonos dignos de esa gran herencia y transmitamos a nuestros jóvenes su legado.
No me gusta el egoísmo, pero en ocasiones me acompaña ese sentimiento, ya que realizo mi trabajo con el propósito de hacer algo por ellos para sentir ese placer que me inunda cuando las cosas se hacen bien. Porque para mí cuidar es acompañar y a veces me pregunto ¿quién acompaña a quién?