Dedicarte al cuidado de personas dependientes significa un bajísimo reconocimiento social y económico a la par que un reconocimiento altísimo de tu entorno social más cercano donde te repiten una y otra vez que eso no lo podrían hacer ellos. Pista: es vocacional.
Por momentos hasta yo misma pienso que no puedo pero lo que me anima a seguir es que después de un momento crítico va un abrazo o un inesperado “te quiero”, una mirada de complicidad, un “¿me ayudas?”, una búsqueda entre la multitud para agarrarte el brazo y pasear en compañía, una sensación de realización y satisfacción personal, el ser consciente de que eres una prolongación de ellos y ellas, aquel ojo que ve que se van a tropezar o caer, aquella mano que lava cada parte de su cuerpo donde su condición no les permite hacer por ellos y ellas mismas.
Todo aquel que no se dedique a esta profesión o que no tenga una persona con dependencia en su entorno se pierde la sensación enorme de gratificación de poder superar los momentos malos y encontrar el equilibrio con los buenos.
En mi caso trabajo en una asociación que se dedica al ocio de personas con discapacidad y problemas de conducta, ofreciéndoles diferentes modalidades del mismo, desde talleres por las tardes de deporte o musicoterapia, ocio las tardes de fin de semana para ir a merendar, pasear, ir al cine e infinidad de opciones que te ofrece un sábado y un domingo, hasta campamentos de fin de semana, puentes y vacaciones.
Ir a un campamento es exprimir tu energía, es olvidarte de ti durante, como mínimo, tres días, y como máximo, quince días para dedicarte completamente al cuidado de la persona que te asignen y la atención integral del resto de integrantes del campamento. Ir de campamento significa volver con mil marcas en el cuerpo de los golpes que recibes y con otras mil más internas que te engrandecen como persona y como profesional. Es saber que esas agresiones vienen por su condición y que no suele ser tu culpa, aunque te rompa el corazón en ocasiones. Es aprender sobre la marcha. Es saber que te vas a enfrentar a una montaña rusa de emociones y sentimientos. Es tener en cuenta que hay otros profesionales contigo trabajando que dejan de ser simples compañeros para ser amigos, para ser refugio y familia en tus peores momentos y que a ti te va a nacer devolverles con la misma moneda. Es olvidarte del teléfono y de lo que pasa en el mundo porque tu mundo en ese momento es el campamento. Ir de campamento es una de las formas más genuinas de recordarte lo que eres: una persona con sus más y con sus menos, pero dando más sentido que nunca al significado de la palabra humano.
Soy una fiel pensadora de que las personas que nos dedicamos a esto y seguimos en ello a pesar de lo negativo de la profesión (bajos salarios, pésimo reconocimiento, burnout…) que conlleva un desgaste físico, mental y emocional, estamos hechas de otra pasta, de una más humana, más empática donde entregamos hasta el alma. Por eso es vocacional, y por ello, quizá, este sector está en la situación en la que está, porque la bondad enquistada en el corazón de los profesionales de esta profesión hace que compense lo negativo anteriormente mencionado y que, aunque haya momentos que queramos tirar la toalla siempre terminemos por ver algo a lo que agarrarnos para seguir.
A mí particularmente me sirve de agarre no solo el juego entre el nivel asistencial y el de potenciar su autonomía, que al final es fundamental, si no que cuando un usuario entra en crisis o en bloqueo puedas ser un camino de luz para que salgan de ahí, el notar la afinidad hasta en sus malos momentos y explotar dicha afinidad en los buenos, donde ese usuario con el que no te une nada al conoceros se convierte en tu amigo y cuando pasa tiempo sin que os veáis os alegráis de veros de una manera tan mutua y tan pura que con palabras es difícil describir. Hay que vivirlo.
Durante mi formación me repitieron hasta la saciedad que con esto no iba a tener un buen salario, y aunque me parece injusto, no cambio esta profesión ni las experiencias que me ha regalado que nunca imaginé que iba a vivir porque sí, sin duda, este trabajo lo único que hace es fusionarme con mi versión más humana.