“Hay profesor sin título y títulos sin profesor”. Una frase alentadora que me dijo el maestro jubilado, político y orador “Rafael Pineda Ponce 1930-2014” en una bonita conversación que sostuvimos mientras hacía su último intento fallido a la presidencia de Honduras.

Desde niño me gusto estar cerca de personas sabias y no tan elocuentes, pero, con sus palabras dejarían huellas. A mis 9 años tuve el honor de servir a Santos Granado (84), una señora emprendedora con problemas reumáticos, en sus momentos en depresión, solía llamarme para hacerle sus compras y luego acompañarle un rato para narrarle el capítulo 17 de San Juan “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad yo vencí al mundo” mientras sollozaba escuchando la oración de Jesús por sus discípulos, parecía como un bálsamo para su alma sedienta de consuelo y seguridad. Al finalizar yo salía doblemente feliz recibiendo los céntimos honorarios.

Mientras, me involucraba en un comedor solidario desde mi adolescencia, pude disfrutar de esa formación práctica del servicio a las personas de mi comunidad, atendimos a niños en extrema pobreza, adultos ancianos en situación de calle con sus hijos.

En este caminar tomaba café con don Miguel, un anciano con tremenda joroba del peso de las herramientas con que reparaba zapatos. 

Cada vez que podía yo vendía frutas con mi padre, Alfredo (70), le gustaba contarme sus historias en la marina y de sus amores en cada puerto, en especial de una tal “Dulcinea” ahora sé de donde sacaba sus fantasías. Cuando le narre los dos tomos de “El Quijote” al profesor jubilado Don Antonio De la Torre en Vacaciones en Torre Nueva, tiempo que me sirvió para despertar la poesía.

 

Los findes después de venir de la misa, Don Tomas (78) pasaba por mi domicilio, sabía que podía encontrar al parecer el único chiquillo a quién le confiaba conversaciones sin tapujos y sin señalamientos.

Por muchos años compartí con Julio Rubí (50), quien fue para mi un amigo y hermano mayor. A sus 15 años sufrió la polio que le provocó, además, el desdén de su familia ante la frustración de tratar la enfermedad “Distrofia muscular progresiva”, la verdad que no parecía un dependiente era más activo que un correcaminos. Siempre contaba con sus amigos, quienes le movilizaban a lugar y hora que quería, íbamos a las invitaciones de sus conciertos, en sus visitas a su novia, en fin, lo pasábamos genial, esa fue nuestra recompensa, más una hernia en la ingle derecha, comíamos bien.

 

En años posteriores intervenimos con personas en situación de calle, entre tantos, logramos trasladar a Ramon Ríos (70) y a sus hijos a centros de acogida, una dicha que llevaré siempre, pues a la semana de ingresarlo, falleció en una forma digna. Steven ahora con 14 años está perfilando bien, dirigido en un centro para menores en mi ciudad.

En vacaciones visitaba a mi abuelo Juan en la montaña, en una ocasión fue un gusto coger juntos el avión, viajar a otra ciudad para buscar a su hijo Juan Carlos, a quien abandonó desde niño, ese pesar lo cargaba en su pecho sin remedio, ese intento ayudó en parte a descargar su pena.

 

Cuando conocí la oportunidad de escribir y presentar esta historia a través de SUPERCUIDADORES, me estaba reservando el derecho de transmitir, pues no he sido un súper cuidador, solo hemos aprovechado la oportunidad de disponernos y tratar de ayudar a quien pueda.

Con mi familia llegamos a España, solicitando un asilo, gracias a Dios nos aprobaron el estatus permanente. Por lo demás, hemos hecho lo que está a nuestro alcance, valorando y centrado nuestro servicio en las personas, no importando las condiciones o la pandemia.

Nos sentimos privilegiados de tener el acompañamiento que el estado español nos ha brindado con el cuerpo de Cruz Roja y todas las organizaciones que ayudan a integrarnos. Creemos que estamos vislumbrando un buen horizonte, nos seguimos esforzando para certificar nuestra experiencia, ser mejores y más útiles en el trabajo de cuidado de personas las cuales merecen más excelencia…