Mi madre tenía 78 años, todos la llamábamos TETE, desde el momento que a veces me decía que yo no era su hija, empecé a sospechar que algo pasaba.
Lo primero que inicie fue estudios con profesionales en el tema donde se descubrió a parte de un cáncer de mamas, una DEMENCIA que englobaba a partir de ahí un grupo de enfermedades que en todas ellas en común había un deterioro cognitivo que iba a afectar a las actividades de la vida diaria y avanzar de forma progresiva.
En este caso, correctamente evaluado por nuestro médico de cabecera, me oriento sobre los tratamientos y cuidados que mejor le iban. Pensé y resolví pensando que es la enfermedad que hablara por mi mami, acompañarla todo el tiempo que dure en este mundo.
Continuando el hilo, un neurólogo valoro esos síntomas y busqué una orientación en paralelo. Me puse en contacto, lo antes posible, con los SUPERCUIDADORES y realicé una formación de cuidadores para personas dependientes y para complementar la valoración del médico viendo el grado de deterioro, para ser su cuidadora y apoyo en este camino.
Es importante ante todo la evaluación para encarar la progresión e intervenir de la mejor manera posible para su bienestar y atención necesaria.
En este proceso de convivencia no puedo descartar el miedo a que el cuidado me absorbiera y no pudiera llevar la vida a la que estaba acostumbrada. Ese tiempo que le tendría que dedicar y al esfuerzo físico y psíquico que me iba a exigir. Verla como se deterioraba, dándome cuenta de que mi situación económica podría cambiar porque no sabía si tendría que dejar de trabajar, no cambié en ningún segundo mi decisión.
El primer paso para enfrentarme fue conocer la enfermedad. Solo así podría entender y aceptar por qué mi TETE ya no es la persona que era. Pero, aun así, tendría que prepararme psicológicamente. Uno de los peligros que tendría que tomar en cuenta es el de mi familia, si iban a entenderlo y acompañarme.
No fue fácil, pero tampoco imposible, muy consciente de ello sé que renuncie varios años para acompañarla, ser su guía, su compañera y todo lo que conlleva su atención que a pesar de todo, fue una experiencia enriquecedora que me ha llenado el corazón de recuerdos, una vivencia de ocurrencias, conversaciones, malos ratos a veces sin sentido que se olvidaban en cada abrazo sincero que hacen correr la piel de gallina en cada paso, entre duchas, cambios de pañales, comidas, paseos, etc. que realizamos juntas en el día a día.
Hoy me queda contar esta historia, una mujer luchadora para sacar adelante a sus seres queridos, trabajando, mientras veía crecer a sus hijos, nietos, en su jubilación, de repente por circunstancias del destino llegó la DEMENCIA.
La labor de cuidar que llevan a cabo los familiares de estas circunstancias es admirable y digna de poner en valor. Dedican todo su esfuerzo y cariño. Toda mi admiración.