Madre e hija paseando, protagonistas del relato

Sara no podía imaginar cómo diecinueve letras iban a cambiar su vida tan radicalmente cuando fue al hospital a recoger los resultados de una resonancia magnética pero el papel que le entregaron contenía un diagnostico: Síndrome Dandy-Walker.

Esas diecinueve letras resonaban en su cabeza mientras volvía a su casa. Quería sentarse en el ordenador y navegar por internet en busca de respuestas, de frases que sosegaran su alma, calmaran su sed de conocimientos y sobre todo le iluminaran el futuro. Pero se sumergió en mares de palabras y en océanos de frases que la llevaban a la deriva, ninguna era una tabla de salvación a la que aferrarse, ninguna le servía como faro para guiarla en la obscuridad que se encontraba.

Cuando notó que su cabeza estaba a punto de estallar por el bombardeo de información miró el reloj y se dio cuenta que había estado horas sentada delante del ordenador aunque a ella le parecía que solo habían pasado unos minutos.

Necesitaba salir, despejarse, respirar y pensar cómo iba a enfrentarse a esas diecinueve letras; tenía que procesar la información y ponerse a trabajar con su hija, necesitaba un plan de acción, establecer metas y objetivos...y debía pensar de forma clara, racional, con los pies en la tierra.

 

Una buena opción para relajarse era caminar, se puso sus mallas preferidas y cogió sus cascos, salió de su casa; no sabía muy bien cuál era su destino pero sus piernas habían decidido el itinerario y terminó en la playa de Los Peligros, frente a su bahía. El mar estaba tranquilo y calmado, cómo siempre en esta parte; en Santander el Cantábrico era muy diferente: en la zona de El Sardinero orientada a mar abierto se mostraba fiero, agresivo, con una fuerza inusitada que devoraba la arena y engullía la playa mientras que en la zona de la bahía se mostrada tranquilo y sosegado; no parecían el mismo. Y Sara según lo que necesitase acaba viéndole en una u otra zona porque siempre le transmitía paz y calma o por el contrario fuerza y empuje.

Se sentó en la arena mojada, y se agarró las piernas con los brazos como un niño pequeño, comenzó a llorar de forma compulsiva, desesperada, mientras lloraba el mar iba acercándose, no se dio cuenta pero al cabo de un rato estaba rodeada por él que formaba pequeñas olas que rompían en ella, parecía que la acariciaba, que la acunaba, y Sara se sintió un bebe en brazos de su madre que le mece para que se calme; y poco a poco el llanto cesó. Seguía sentada mirando al mar como si le dijera muéstrame el camino, dime cómo lo hago, qué hago; pero las preguntas no tuvieron respuesta...el mar seguía calmado y poco a poco Sara notaba que se iba tranquilizando, que su mente no pensaba de una manera rápida y atropellada sino que sus pensamientos acudían a ella de forma más pausada y ordenada. En ese momento sus dedos decidieron escribir en la arena todo lo que sentía, qué tendría que conseguir su hija para ser independiente, cómo trabajar con ella, y se dio cuenta que sus pensamientos eran positivos porque al fin y al cabo el diagnóstico no era tan malo ya que su hija no iba a necesitar medicación, no tendría ataques y no era regresivo.

 

Levantó la mirada porque las olas estaban haciendo mucho ruido, el mar la llamaba, le decía ves cómo no es todo tan negro; tú sola has descubierto cómo lo tienes que hacer y qué tienes que hacer pero vas a necesitar mucha paciencia, trabajo y esfuerzo; así que cuando estés desesperada, no puedas más y quieras tirar la toalla por el cansancio, te impacientes al no conseguir los objetivos en el tiempo que te has propuesto; ven a verme porque sabes que te doy fuerza y empuje para seguir o te transmito la calma y la serenidad que necesitas. Ahora no te lo crees porque estás demasiado disgustada pero vendrás un día con tu hija y veré que sois felices y que lo estáis consiguiendo.

El sol se ponía y tenía que regresar pero una gran sonrisa atravesaba su cara porque sabía que lo conseguiría.