Madre e hija, protagonistas del relato

La mayoría de las veces es muy difícil iniciar un texto, realizas varios intentos y no siempre quedas satisfecho a la primera, pero para ser cuidador familiar como es mi caso, no fue difícil, fue fácil, espontáneo y podría decirse que hasta entusiasta.

Y esto lo dice la novena hija de diez que tuvo mi madre, ahora de 91 años, con todas sus capacidades cognitivas y físicamente solo le falta un poco el sentido del oído; trabajadora, colaborativa, vivaz y alerta como desde… siempre.

Se presentó la oportunidad de apoyarla, ahora de manera diferente, yo ya había vivido con ella y mis hijos en otras circunstancias, pero ahora ella venía a mí, y era momento de corresponder, reciprocidad le llaman.

 

Aquí el reporte tras 18 meses de convivencia: Difícil, sí; estresante, también; juego de roles, muchos; lucha de poderes, excesivos; humillaciones, constantes; manipulación, continua; autoridad, en conflicto; el día a día, con altibajos y extremadamente desgastante.

El ser humano requiere de asistencia desde el primer día de nacido y tiene a sus padres para ello al cien por ciento en el mejor de los casos, o mínimo un adulto o institución que hace las veces de tutor. No podría definir cuándo termina realmente esa tutela, algunos a la mayoría de edad o emancipación y otros muchos más ni siquiera cuando son abuelos, porque es increíble ver como la madre mexicana llega a limites extraños de abnegación (extraños por poner un adjetivo calificativo).

Pero no quiero desviarme, quiero mencionar que esa reciprocidad es muy difícil de llevar a cuestas, porque te encuentras con un sujeto que no se sujeta, valga la cacofonía, a tu toma de decisiones. Cuando de pequeño estás en pleno aprendizaje y no cuentas con la capacidad necesaria para tomar decisiones, creces al amparo, cuidado, decisiones buenas o malas de tu cuidador y protector. Pero… en el cuidado del adulto mayor no puedes negarle o limitar su voluntad, porque el si tiene la capacidad para tomar decisiones y tiene un cuadro grande, perfecto e inviolable de conceptos y valoraciones que todos tus argumentos no pueden agradar.

 

Mi madre nació en el año treinta del siglo pasado, y lo cito de esta manera para hacer notar cuantas generaciones han pasado por sus ojos. Ojos observadores e inquisitivos que se requiere una habilidad extrema para presentarle información o vivir a su lado y salir bien librado.

Para quien conoce de nuestra convivencia y nos ha visto interactuar dirá que lo escrito no corresponde y seguramente como mexicana que soy lo que necesito para borrar este sinsabor es sencillo, solo debo anular mi autoridad, negar mi personalidad, cambiar mis horarios, modificar mi menú, establecer nuevos gustos, cambiar la forma como me comunico con los personas, modificar mis pasatiempos, establecer otros sistemas de comunicación con amigos o no tener, y de esa forma no tendríamos fricciones. Fricciones… alto, no tengo fricciones esas ya las he anulado, he dejado de intentar tener una postura propia, cedo en todo, porque ella es primero. Si lo dice ella, es cierto; si lo quiere ella, se hace; y para llevar la fiesta en paz cedo, siempre cedo.

“Te estás ganando el cielo” me dicen mis hermanos, que conocen bien de su autoridad y carácter, “pues dile que sí”, “para que le aclaras”, “deja que ella decida”, “ que te cuesta”, “que caso tiene que se entere o no”, y así las consignas… y mi revolución interna, aún en la lucha de lograr su aceptación y aprobación, en la línea de no angustiarla, de no provocarle una incomodidad o sentimiento, colgada del precipicio del hasta aquí llegue y del sigo cediendo, dudo y pienso, y yo, en donde quedo, también está transcurriendo mi vida…