Cuidadora con uniforme de enfermera, protagonista del relato.

Marzo 2020 el mundo se suma en un caos apocalíptico, un bichito está consumiendo a los seres humanos y por ende a su economía. Miles de personas fallecen y otras son ingresadas en diversos centros hospitalarios o residencias.

Mi experiencia ante esta pandemia me cambio abruptamente la vida, pude ver la cara más humana de la personas enfermas, vivir con el miedo cada día y rezar por no contagiarme, seguir cuidando era mi mayor motivo al levantarme cada mañana, trabajaba turnos de 12 horas a días alternos pero el día que me tocaba librar deseaba que fuera el día siguiente para volver a ver a los pacientes a esas personas con esos ojos de esperanza con los que nos miraban a través de nuestro escafandra, (nuestro sistema de protección persona) ellos buscaban una sonrisa, un abrazo, pero no podía ser en ese momento.

 

El momento más feliz del día para mí era levantarles con toda la alegría que me caracteriza y con toda la ilusión y hacerles feliz un día más, un día más que no sabía nunca si esa PCR iba a ser positiva o negativa, si por fin iban a poder salir a casa. Además eran personas con discapacidad intelectual y por ende con menos posibilidad de comprensión de lo que realmente les estaba sucediendo, porque estaban aislados porque no podían ver a su familia y sobre todo porque nosotros íbamos disfrazados y no podían ver nuestro rostro.

Recuerdo esas caras preocupadas de… hoy me va a llamar mi madre… me va a llamar mi hermano… hoy ya me voy a casa… me quiero ir a casa ¡¡ya no quiero estar aquí!!

Confiaban plenamente en nosotros, es lo que les decíamos en los juegos, en los cuidados, en nuestras risas a través de nuestra mascarilla y nuestra pantalla, sobre todo en la mirada, jugábamos mucho con la mirada derramábamos nuestro corazón y sentimientos con la mirada y ellos nos entendían hasta donde su discapacidad les permitía entender, recuerdo aquellos momentos como los más bonitos de toda mi vida. Dónde lo viviría una vez y mil veces más.

 

Recuerdo el primer día que empecé, el enfermo que tenía una carga viral muy fuerte que apenas podía moverse ni podía abrir los ojos ni siquiera probar un bocado, gradualmente fui viendo sus progresos, cómo llego a sonreír, pude contemplar sus ojos azules, llego a poder caminar solo y hasta poder gastar bromas.

También recuerdo, que había otros dos enfermos que solo podían comunicarse con señas. Recuerdo aquella mujer que siempre me decía -hola guapa- se sentaba en mitad del pasillo con su collar de perlas de plástico, sus pulseras y su bolsito y siempre me preguntaba -¿Cuándo vamos a merendar? ¿Cuándo toca la cena…?-

Los últimos días hubo muchos sentimientos encontrados, alegría porque los pacientes mejoraban y regresaban a sus centros o a sus hogares, pero tristeza por qué perdía a grandes amigos a personas que a pesar de su discapacidad intelectual llevaron con total endereza y dignidad… (cómo creo que nadie lo habría hecho mejor) por eso como dije al principio, a todos los que estuvieron en aquel hospital de campaña a todos los pacientes…, el abrazo que te habría dado.