Paloma, protagonista del relato, sonriente trabajando en un Centro de Día.

Algunas veces creo que todos tenemos un don, algo que nos hace especiales, y creo que en mi caso la palabra CUIDAR me define bastante bien.

Mi nombre es Paloma, tengo 29 años y soy Terapeuta Ocupacional en un centro de día de personas mayores con Alzheimer y otras demencias y llevo ya seis años dedicándome profesionalmente a su cuidado y rehabilitación.

Algunas veces creo que mi trabajo no está bien reconocido y muchas veces es muy desagradecido. Tengo que invertir mucho tiempo y esfuerzo para tratar de conseguir un pequeño avance en la rehabilitación o tratamiento de las personas con las que trabajo. Buscar y rebuscar actividades que sean beneficiosas para ellos, indagar en sus historias de vida, dedicarles mucho tiempo para encontrar su actividad significativa. Me siento responsable de encontrar la clave que responda a su necesidad de ocupación, pues todos necesitamos tener un objetivo, una meta, un destino… Y se nos olvida que tener una enfermedad como el Alzheimer no nos despersonaliza, simplemente hace que tengamos que explotar más sus capacidades y olvidarnos de los déficits.

Algunas veces creo que tengo el trabajo más bonito y apasionante del mundo, porque con solo una mirada, una palabra, una caricia o una sonrisa soy capaz de hacer sentir bien al que tengo cerca. Mi madre siempre me ha dicho que tengo luz, que soy capaz de contagiar alegría al que está triste, calma al que está ansioso, serenidad al que está nervioso, prestar oído al que necesita hablar y compartir silencio al que necesita consuelo. Y creo que eso, es CUIDAR.

 

En mi día a día cuido cuando doy los buenos días a todas las personas que atiendo y espero pacientemente a que ellos me respondan, dándoles su tiempo. Cuido cuando me acerco a Berta y le pregunto cómo se encuentra su hija. Cuido cuando le ofrezco a Tere dos agujas de punto y un ovillo de lana, ya que aunque ahora se salta algunos puntos, sigue ilusionándole hacer una bufanda para su nieta. Cuido cuando le pido a Conchi que me ayude a regar las plantas, ella ha tenido siempre un patio lleno de flores y se emociona contándomelo cada día. Cuido cuando me acerco a Toni y le doy la cuchara en su mano para que sea él quien se la lleve a la boca, aunque tardemos más sé que le hace sentir bien. Cuido cuando le pongo a José la música flamenca, le recuerda a su tierra y me habla de su pueblo. Cuido cuando calmo a Miguel, está preocupado por su mujer y desea ir pronto a casa a estar con ella. Cuido cuando hablo con la familia de Francisca, lleva unos días nerviosa por la tarde y le recomiendo jugar al parchís con ella, ya que en el centro se muestra muy contenta con esta actividad. Cuido cuando le pregunto a Catalina si se irá al pueblo este verano, que yo conozca el nombre del sitio en el que nació le hace sentir confianza.

Algunas veces creo que nos han inculcado que para el trabajo de cuidar puede valer cualquiera, pero entonces me doy cuenta de que no es así. Y es que cuando cuido, además de hacerlo con CALIDAD, me gusta hacerlo con CALIDEZ.

 

En estos años dedicándome a la Terapia Ocupacional siempre he querido que mis valiosísimas personas mayores, de las que tanto he aprendido, no solo pudiesen alargar su vida, si no que he querido ser capaz de ENSANCHARLA. Para ello necesitamos ser profesionales con una mochila llena de amor, cariño, empatía, asertividad y paciencia.

En definitiva, algunas veces creo que lo que realmente importa es ser consciente de que cuidamos a personas. Nunca olvidar que tienen un pasado, un presente y un fututo. Que tienen y han tenido una vida llena y rica y que ellos son lo importante. Que lo urgente no desvíe nuestra atención de lo que realmente importa. Ellos.