Patrocinio Olivas, protagonista del relato

Tuve la inmensa fortuna de compartir el cuidado de mamá; una anciana de 95 años, quien gozó de salud y calidad de vida al ser autosuficiente, hasta que fueron mermando sus capacidades físicas y mentales.

Primero, perdió su independencia al no poder vivir en su casa del pueblo que la vio nacer, ahí viven tres de sus hijos, quienes estaban al pendiente de su bienestar y tenía, además, la llamada diaria del hijo ausente que radica en Estados Unidos. La trasladamos a la ciudad cercana donde vivimos mi hermana y yo; desde ese instante pasó de un entorno que le brindaba seguridad a otro itinerante, ya que su vida empezó a ser migrante; pasaba quince días con cada una de nuestras familias; su maleta y enseres personales estaban listos para cambiar; ella, constantemente, manifestó su tristeza por esas circunstancias; mi casa es de doble piso, le adecuamos una recámara improvisada en la estancia y construimos un baño adjunto para facilitarle el acceso.

 

Al paso de los meses, su actitud risueña y sociable se fue turnando en largos momentos de seriedad e introspección; empezó a relatar los mismos sucesos, olvidaba cosas, se le dificultaba la movilidad y decidimos que era momento de que se quedara en mi casa, compartiendo sus cuidados con mis hermanos, quienes periódicamente venían a visitarle.

Desde ese momento, dejé el lecho nupcial y utilicé un camastro móvil que colocaba a su lado, para levantarla al baño y estar cerca. Son muchas las emociones generadas al observar como una persona va dependiendo completamente del cuidado y amor que otra debe brindarle; el baño diario era todo un ritual, primero, solo le ayudaba con acercarlo lo necesario; después, entraba a la regadera con ella para tallarle cada parte de su cuerpo; posteriormente, necesitamos una silla para meterla dentro de la regadera; la envolvía en su bata y toallas, le colocaba la crema en su cuerpo, su seda del pelo, cepillaba sus cabellos y la vestía completamente. Debía seguir un ritual que ella tenía, paso a paso, como el dejar reposar los aceites y cremas antes de colocar su ropa. La sentía tan indefensa y necesitada de mis cuidados, su piel era tan delgada que al mínimo rozón, se formaban moretones o la sangre salía a borbotones.

Tenía una silla con ruedas para trasladarla al comedor y para sacarle al porche, ahí tenía flores naturales, las cuales inundaban sus sentidos de alegría; unos peces de madera que se movían al compás del viento, le gustaba que le leyéramos cuentos, narrativas y su propia historia que fue recatada como testimonio de vida; cerraba sus ojitos con la ensoñación de los recuerdos y jamás se cansó de escucharla y revivirla.

 

El último mes de su existencia, el cansancio era tal, que no quería abandonar su lecho; entonces, fue necesario licuar su comida y darle pequeñas cucharadas; dejó de ir al baño, esa situación lastimó grandemente su autoestima, sentía la necesidad, pero no tenía fuerza para levantarse; primero, usamos el cómodo, una especie de tazón extendido que colocábamos debajo de sus caderas, sin embargo, sentíamos que se lastimaba y recurrimos al pañal.

Enseguida, dejó de comer, fue necesaria la inserción de una sonda de alimentación; la primera noche, en un arranque de desesperación se retiró la sonda lastimándose en su arrebato; a partir de ese momento requirió cuidados extremos las 24 horas; el doctor hacía las visitas domiciliarias y la vida de nuestra familia giraba en torno a estar cerca de ella; dejó de hablar, no sabíamos si nos escuchaba pues permanecía dormida la mayor parte del tiempo y su cuerpo se fue cubriendo de llagas; experimentamos su dolor al aplicarle las curaciones diarias, conseguimos una cama de hospital, para que ella estuviera más cómoda, teníamos al alcance todo lo que el doctor nos sugería para aligerar su sufrimiento; sin embargo, su ciclo de vida se cerró, y debimos aprender a sobrevivir sin su presencia, a extrañar cada cosa que hacíamos con y para ella, a ir llenando ese vacío con ríos de lágrimas y a ocupar nuestro tiempo en nosotros y nuestras familias. Sus seis hijos le acompañamos en el trayecto; fortaleciendo los lazos de cariño y unión familiar.