Nora y su familia en la costa.

Hola, soy Nora tengo once años. De pequeña tuve leucemia, pero gracias a eso me he dado cuenta de que tengo a los mejores cuidadores del mundo. Son únicos y diferentes entre ellos y entre todos los cuidadores. Son mis padres y mi hermano mayor, Gael, de 14 años. Creo que son como superhéroes y que cada uno tiene un superpoder.

 

Mi madre es la que me impulsa a hacer cosas nuevas. Como cuando empecé a escribir con cinco años. Ella me animó a que escribiera algún cuento, segura de que me gustaría hacerlo. Y así fue. Me encantó, al igual que hacer mis propias ilustraciones. Ella siempre sabe exactamente lo que me gusta, incluso si no lo he hecho nunca. Su superpoder es la adivinación.

Cuando tuve leucemia tenía las defensas de mi cuerpo muy bajas y todos los virus y bacterias querían ir a por mi. Una neumonía inoportuna me atacó en mi cuerpo desprotegido y me afectó a los pulmones, acabando finalmente negros, dejándome casi sin respirar. Entonces mi padre enfadado con la neumonía, desarrolló su superpoder. Como mis pulmones ya no podían más, me pusieron una máquina que respiraba por mi. Mi padre mientras creó a pequeños caballeros y los introdujo en mi cuerpo e hizo que pelearan contra la neumonía ganando la batalla. Desde allí descubrí que su superpoder era ser mi escudo protector.

Mi hermano Gael, que tenía por entonces seis años, tenía un poder muy especial y único: el de la risa. Cuando yo estaba en el hospital, él venía a verme a diario y él siempre me hacía reír, representando que bajaba unas escaleras invisibles y las subía o haciendo mil tonterías. Estaba deseando siempre que llegara. Por las noches, cuando me tenía que quedar a dormir en el hospital siempre agarraba a mis padres o a Gael el dedo con tanta fuerza que no se podían ir a casa. Hubo meses que yo estuve en la UCIP, y aunque yo estaba sedada y no me enteraba, a mi hermano se le ocurrió coger uno de sus dedos falsos que utiliza para la magia para que yo lo agarrara y cuando todos se fueran a casa yo pensara que seguían conmigo. Un mes después, sin querer, perdí el dedo falso. Pero aún así, mi hermano no se enfadó conmigo.

 

Por eso, gracias a las cosas nuevas que me enseñaba mamá con su adivinación, al escudo protector de papá y a las carcajadas que me contagiaba Gael, mis supercuidadores fueron mi mejor medicina, todos juntos conseguimos derrotar a la leucemia.

Escribo este relato al lado de mi ventana y dibujando un boceto de mis supercuidadores. Recuerdo todo lo que han hecho por mi y lo plasmo aquí, sin terminar nunca de describir sus innumerables hazañas.