La cohorte de edad que más ha padecido el covid-19 en términos de mortalidad ha sido la de los adultos mayores. Además, una gran mayoría de los fallecidos de esa edad vivían en residencias de mayores. La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de las personas mayores, pero especialmente del sistema de cuidados de larga duración. Los centros residenciales han evidenciado múltiples carencias y al mismo tiempo, se observaron interrupciones en otros tipos de servicios como centros de días o los servicios domiciliarios que también sufrieron las consecuencias de la insuficiente resiliencia de los recursos humanos dedicados a los cuidados.
Un equipo de consultores e investigadores del BID, entre los que me incluyo, mediante un proceso cualitativo desarrollado en 2020 y un análisis de fuentes disponible para Europa, con especial foco en España, hemos identificado los principales elementos a mejorar en la gestión de los cuidados en los adultos mayores, así como una serie de buenas prácticas. A su vez se han sistematizado recomendaciones para avanzar hacia un sistema de cuidados centrado en la persona.
A modo de resumen hay que destacar que en plena alarma sanitaria se demostró un insuficiente apoyo prestado a los cuidadores. La pandemia supuso una incidencia muy alta de bajas laborales y dificultades de sustitución ante una oferta de contratos precarios y tareas poco atractivas, a los que se unió el alto riesgo personal. La falta endémica de estos profesionales también incrementó la carga del personal que permaneció activo, reduciendo su adherencia a medidas de protección. Fue preocupante especialmente la situación de los profesionales que realizaron tareas de refuerzo transitando por diferentes centros, con el objeto de lograr una jornada laboral completa.
La situación laboral de los cuidadores de personas adultas mayores frágiles, por tanto, debería ser revisada. En primer lugar, mejorando sus competencias a través de formación y acompañamiento (urge una revisión de las habilidades de los profesionales para ir más allá de las acciones de higiene, movilización o limpieza y migrar a competencias actitudinales y de identificación de lo que constituye un buen trato. Garantizando condiciones dignas de trabajo y salario asociadas a la responsabilidad y complejidad de su perfil profesional y evitando la continua rotación en su actividad laboral no solo por el peligro que entraña en este momento, sino también para mejorar la calidad de la atención que ofrecen (cuidar a las personas cuidadoras y facilitar su bienestar, es la única vía para garantizar el desempeño de su trabajo desde la dignidad y autonomía que requiere). Por último, no puede olvidarse el apoyo a las cuidadoras familiares o informales dando respuesta a sus múltiples necesidades: apoyo psicológico, servicios de respiro suficientemente evaluados y flexibles, medidas de conciliación, así como la escucha y el acompañamiento en las situaciones difíciles que afrontan en el proceso de cuidado
En cuanto a las buenas prácticas ha de remarcarse que están alineadas con tendencias de largo plazo en el sector del cuidado, hacía la creación de un modelo de atención centrado en la persona, donde los servicios se brindan en la casa o con una personalización que apunta a replicar las condiciones de la casa. No puede obviarse a la hora de hablar de cuidadores que la responsabilidad de los cuidados en el entorno familiar evoluciona sin camino de retorno. Las mujeres, sostenedoras de la vida doméstica, van incorporándose progresivamente a la vida laboral. Es a partir de estas circunstancias cuando los cuidados empiezan a salir del ámbito de la intimidad para convertirse en un asunto social, de responsabilidad compartida, que debe ser asumido, al menos en parte, por los poderes públicos. A su vez el incremento de los hogares unipersonales está modificando de manera sustancial las relaciones de convivencia y también el modelo de transferencia de cuidados. Por otra parte, y relacionado directamente con la configuración de los hogares, la soledad aparece con fuerza en este grupo de población, generando nuevas necesidades de intervención.
Los cuidados son una fuente de generación de empleo y una oportunidad económica para los territorios que tomen las decisiones adecuadas desde el ámbito público y privado. Todas las previsiones indican que el número de adultos mayores aumentará considerablemente en los próximos años en todo el mundo y con ello su multiplicarán las situaciones de dependencia que han de obtener respuestas con nuevos bienes y servicios en el ámbito de la economía plateada.