Una cuidadora de ancianos con un cartel

Mi experiencia como cuidadora comienza en el año 1998 cuidando niños, en un principio eran dos: un niño de tres años y otro de dos meses, nunca había cuidado a nadie y menos a unos niños tan pequeños.

Aprendí lo que era ser responsable de una vida; con el paso de los años la familia aumentó y al nuevo pequeño que vino, le descubrieron que tenía hemofilia, para mí fue un reto ya que no conocía nada de esa enfermedad ni de sus cuidados. Con estos hermanos aprendí mucho sobre el cuidado y la atención, pasé 10 años con ellos y fue una experiencia muy satisfactoria. Por aquel entonces ofertaron en mi pueblo un curso sobre atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales, me apunté ya que era otra oportunidad de trabajo, jamás pensé que me podía dedicar a atender a personas mayores después de haber trabajado tantos años con niños, y cuando comenzó el curso no me gustaba, pensé que no valdría para ello que iba a ser imposible que yo trabajase con gente mayor.

Comencé trabajando en ayuda a domicilio, es un trabajo satisfactorio pero pasas poco tiempo con los usuarios y ellos necesitan a veces más compañía que la limpieza de su casa.

Terminé el curso y al año siguiente comencé a trabajar en la residencia de mi pueblo; empecé por unas vacaciones y me quedé cinco años. Pasé de pensar que nunca podría trabajar con personas mayores, a ver que realmente es un trabajo que me gusta mucho y para el que creo que soy una persona muy capacitada. Por ese entonces mi abuela estaba en la residencia y fue fantástico trabajar con ella, aunque no me reconocía pero yo a ella sí y para mí fue lo mejor que me pudo pasar ya que disfrute de ella hasta el último momento.

En esta residencia trabajé en todos los puestos: de día, de noche, de turno partido… He de reconocer que las compañeras del turno de noche tienen mucho mérito porque trabajar sola tantas horas es muy agotador.

 

En el año 2017 cambié de domicilio y comencé a trabajar en la residencia del pueblo donde me fui a vivir, no tenía nada que ver con la otra residencia donde yo había trabajado antes, pero me he adaptado muy bien a ella y a pesar de no conocer a los ancianos como conocía a las de la residencia de mi pueblo, ya somos una familia todos, igualmente comencé por vacaciones y me he quedado en ella estoy muy contenta de estar trabajando allí. De trabajar con personas mayores de estar con ellos día a día, de ser su apoyo en sus momentos difíciles y su alegría en los momentos felices, me encanta cuando llegan sus cumpleaños y celebrarlo con ellos y bailar en las fiestas que celebramos.

Por fin parece que hemos pasado la época del covid estamos volviendo a la normalidad, fue muy triste para todos no poderlos abrazar, ni tocar, ya que en esos momentos nos necesitábamos mucho unos a otros, ahí nos convertimos realmente en su familia ya que no podían verlos y era a través de nosotras por las que tenían noticias de ellos.

Ahora después de tres años por fin, estamos todos contentos nos hemos quitado las mascarillas, nos ven sonreír de verdad y acabamos de celebrar los 100 años de una de nuestras abuelas.

Es un trabajo muy duro y a veces muy desagradecido pero merece la pena entrar por la mañana y ver su cara de alegría cuando te ven.