APRENDER A ENVEJECER

Una de las cosas que más rápido descubrimos desde la infancia es que el tiempo avanza inexorablemente y que el pasado no se puede recuperar. Juan Mosés de la Serna, doctor en psicología, te ayuda a enfrentarte a la tarea de envejecer.

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Cuando vamos madurando la realidad del avance implacable del tiempo se acentúa. La marcha del reloj se convierte en años, que van cambiando nuestro físico, aunque como recompensa acumulamos muchas experiencias que nos enriquecen como personas.

Pasamos de la infancia a la juventud y de ahí a la madurez, etapa que deja paso a la vejez. Y en cada uno de estos pasos vamos ganando y perdiendo cosas.

Cuando somos jóvenes tenemos más energía, vitalidad e incluso fuerza física, pero nuestro conocimiento y entendimiento es más limitado.

Sin embargo, cuando maduramos las fuerzas van dejando paso al conocimiento y a la experiencia. Y al envejecer esto nos permite hablar con sabiduría a los más jóvenes.

Son etapas inexorables, que sin embargo, a veces, cuesta aceptar.

¿Por qué?

Probablemente porque tengamos la idea errónea de que la vejez está relacionado con ser débil, poco flexible en sus convicciones y con "achaques". Incluso alguno lo puede enlazar con la enfermedad o proximidad de la muerte.

De esta forma, nos podemos encontrar que la persona a la que cuidamos puede mostrar un comportamiento que no es acorde a su edad. Como, por ejemplo, vestirse de forma llamativa o realizar actividades de "jóvenes".

Esto requiere una conversación en profundidad para que pueda aceptar sus años. Aunque, en algunos casos, será mejor recibir el asesoramiento de un profesional.

Hay que tener en cuenta que cada persona puede reaccionar de forma diferente a la idea de envejecer, sabiendo que "lo que se pierde" no se recupera.

¿Y qué puedo hacer yo?

Los familiares o cuidadores de una persona mayor también deben aceptar la idea de que esa persona tiene setenta u ochenta años, con todo lo que eso implica.

Esto no quiere decir que nuestros mayores deban encerrarse en casa. Al contrario, siempre que sea posible hay que proporcionarles nuevas estimulaciones, como salir de paseo, visitar museos, quedar con amigos, etc.

Con cada una de estas actividades, además de sentirse acompañado, se olvidará del paso del tiempo y disfrutará de lo que está haciendo.

Así, los cuidadores deben permitir también al mayor que sea capaz de explorar nuevas actividades como bailar, pintar u otras. Pero siempre acorde a su edad y sus posibilidades físicas.

De forma que cada persona tenga una vida plena, manteniendo un cerebro activo. De esta forma, se pueden llegar a prevenir algunas enfermedades y evitar que el cerebro se atrofie.

Verse bien no tiene que ser sinónimo de ser joven, pues el tiempo pasa para todos, incluso para los modelos que "venden" el ideal de belleza, siendo éstos "sustituidos" por otros más jóvenes.

Hay que aprender a aceptar la realidad y amoldarse a ella es algo fundamental.

Es importante ayudar a la persona mayor a resaltar los aspectos positivos que tiene, para que los valore y aprecie. Ya que la autoestima se construye tanto por cómo nos vemos, como por cómo lo hacen los demás. Y es en este segundo aspecto donde sí podemos actuar.

La crisis de los "-enta"

Pensemos en la famosa "crisis de los cuarenta". Se puede llegar a sufrir una depresión al realizar el balance de nuestra vida. Sobre todo en aquellos casos en los que los pensamientos se centran en no haber cumplido con alguno de los objetivos proyectados.

Es ahí donde comienzan a cumplirse los tópicos de la edad: comprarse un descapotable, acudir a discotecas y tener un comportamiento pueril. 

Lo mismo ocurre con los mayores. Pueden tener su crisis de los cincuenta, sesenta, setenta, ochenta...y en cada uno de los años que cumplen se plantean el sentido de su vida; lo que hacen y lo que no; aquello que dejaron atrás y lo que le puede quedar por delante.

Por eso, es importante que la persona tenga a alguien con quien hablar, con quien pueda abrirse. Porque es una forma de canalizar todos los miedos que le acechan. Y a actitud que como cuidadores debemos adoptar, ante esas señales de aviso, son de cariño, comprensión y paciencia. 

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