¿Por qué cuidamos?

Cuidar puede ser afrontado de muy diversas formas. Se puede realizar para alcanzar un fin, porque se sienta como una obligación o sin esperar nada a cambio. Nuria Garro, pedagoga y psicopedagoga, nos habla de cada uno de los motivos que nos podemos encontrar.

 

El sociólogo italiano Pierpaolo Donati hace una clasificación de los tipos de acción según el principio o la motivación que mueven a la persona a actuar (Donati, 2009): 

-Acción por utilidad
-Acción por orden u obligación
-Acción por reciprocidad
-Acción por donación

Aplicado al tema del cuidado esta clasificación es interesante para ver los tipos de motivación que pueden mover al cuidador para realizar la tarea de cuidar.

Además, puede servir para trabajar con la familia el tema de la carga, la obligación, la aceptación, el sacrificio, el deber filial, etc. Y reflexionar, así, sobre el modo en cómo la persona (a nivel individual) y la familia (a nivel de grupo) viven esta experiencia.

Puede ser interesante y útil que el formador que acompaña a los cuidadores tenga en cuenta esta clasificación para ayudarles a reflexionar sobre el tipo de cuidado que llevan a cabo y el porqué de esa forma de enfocarlo y vivirlo y las consecuencias que de ello se derivan.

 

Cuidar por utilidad (medios, recursos) 

Sería aquel que busca algún tipo de beneficio o utilidad. Está más centrado en los medios y recursos (materiales y humanos) que necesita y puede conseguir con y a través del cuidado.

La ganancia material (subvenciones, ayudas sociales, retribuciones económicas, dotación material, etc.). La social (reconocimiento, admiración, halagos) y la psico-emocional (sentirse útil, necesario, importante, saber que otros dependen de uno mismo).

Es un cuidado que puede ser transitorio e inestable. Es decir, si el cuidador no obtiene a través de su labor esos beneficios que tenía previstos, puede desinteresarse por la persona, abandonar el cuidado y centrar la atención en otras ocupaciones o responsabilidades.

Incluso en el caso de que no abandone, es importante entender que en este caso la motivación no es el bienestar de la persona a la que se cuida ni su felicidad, sino el propio beneficio y bienestar del cuidador que pesa sobre todo lo demás.

Hablamos, por tanto, de motivaciones extrínsecas (materiales y sociales) o intrínsecas (psico-emocionales).

 

Cuidar por ordenamiento u obligación (normas, costumbres, tradiciones)

Es el cuidado sentido y asumido como obligación, como deber de la persona, puesto que así lo marcan las leyes o las normas socio-culturales. Por ejemplo, el deber filial, es decir, la creencia social de que los hijos deben cuidar de los padres.

Cabe también tener en cuenta esas normas implícitas que existen dentro de la familia y que se manifiestan como costumbres, tradiciones, formas de hacer que pueden obligar al cuidador a asumir su función. Como por ejemplo, que sea la hija mayor la que asuma el cuidado de los padres.

El cuidador manifiesta en este caso un sentimiento de obligación, de deber familiar o incluso moral.

Hay que entender el riesgo que comporta asociar el cuidado al sentimiento de deber u obligación. Por un lado, puede ejercer un peso sobre el cuidador, que lo siente como una carga impuesta y a la que no es posible renunciar.

Pero también hay que tener en cuenta que por tratarse otra vez de un sentimiento, éste es transitorio y variable. Es decir, puede cambiar o evolucionar.

Si el cuidado se basa en sentimientos que dependen, a su vez, de normas u obligaciones, no puede esperarse que sea un cuidado estable, libremente aceptado, querido ni gratificante. Puesto que se percibe como algo impuesto desde fuera y controlado por normas, costumbres, tradiciones, personas o instituciones.

Por tanto, hablamos de relaciones de obligación, casi impuestas. Esto conlleva a una serie de implicaciones no solo en la forma, en cómo se vive el cuidado y el impacto que tiene en la propia persona, sino también en el trato que se da a quien se cuida.

Lo importante no es la persona y su bienestar. Es más bien cumplir con lo que se espera de uno, con las exigencias que marca la sociedad y con lo que obligan las normas sociales o familiares. Hablamos nuevamente de motivaciones extrínsecas (control) o intrínsecas (sentimiento de deber).

 

Cuidar por reciprocidad (metas y finalidades)

Es aquel que cuida esperando alcanzar una meta que no tiene que ver tanto con lo material, sino que mira más a la persona a la que cuida, su bienestar, su felicidad, la propia experiencia de cuidado.

La reciprocidad se entiende como ese intercambio mutuo en el que dos o más personas se dan algún bien que no es material sino simbólico: tiempo, amor, afecto, compañía, cuidados, asistencia, escucha, reconocimiento, etc.

No es un dar y recibir automáticos, que se dan en el mismo momento. Pero la persona que da sabe que en el momento en que ella necesite algo también recibirá.

Es una relación basada por tanto en la confianza, el reconocimiento y aprecio mutuos. Estaríamos hablando del cuidado como intercambio entre personas que dan y reciben cuidados cuando los necesitan.

Aunque en este caso hay que tener cuidado de que la reciprocidad no devenga en una relación de interés: ganarse la confianza o el aprecio de alguien para asegurarse el futuro cuidado o conseguir que otros estén en deuda con uno mismo.

Igualmente hay que tener en cuenta el caso del cuidador que, sabiendo que la persona a la que cuida jamás podrá devolverle “el favor”, sí espera recibir de ella agradecimiento, reconocimiento. Hay que ser prudente con este tipo de cuidado por dos motivos porque:

-Uno no puede cuidar únicamente con la motivación de esperar ser cuidado en un futuro, porque puede no cumplirse. Además, probablemente las personas a las que se atiende actualmente (padres, abuelos, familiares mayores) no sean las mismas que en un futuro puedan cuidarle (hijos, sobrinos, familiares jóvenes).

-En el caso de personas con Alzheimer y otras enfermedades neurodegenerativas que cursan con demencia, esa gratificación no material o reconocimiento manifiestos, en muchas ocasiones no llegan a darse, porque el deterioro cognitivo de la persona le incapacita para ello.

Por lo cual, el riesgo de que el cuidador se sienta que no es valorado, apreciado ni reconocido en su labor pueden llevarle a dudar del valor de lo que hace, del agradecimiento de la persona e incluso plantearse si continúa o no.

En este caso el cuidado es libremente asumido y querido, aún cuando las condiciones le sean desfavorables y cuidar de forma efectiva no sea tarea fácil. Pero hay que tener en cuenta las situaciones señaladas.

Hablamos de motivaciones más trascendentales, de quien busca el bien de los otros. Aunque en algunos casos también afloran las causas intrínsecas (conseguir agradecimiento y reconocimiento, recibir atención) y extrínsecas (ser cuidado en un futuro).

 

Cuidar por donación (valores)

Se basa en la capacidad de quien da lo que tiene a los demás sin recibir nada a cambio. Es el cuidado “desinteresado”, porque no busca obtener nada a cambio, pero se “interesa” plenamente por la persona y su felicidad.

Sin embargo, esto no quiere decir que no esté abierta a reconocimientos, agradecimientos, gratificaciones. De hecho, eso refuerza su motivación, dedicación y convencimiento en lo que hace y por qué lo hace.

Pero en este caso el cuidador tiene la tranquilidad de saber que hace lo que debe por propia voluntad. Sabe, por una parte que es su obligación y por otra, una responsabilidad que asume libremente. Lo hace porque quiere y porque aprecia y valora a la persona a la que cuida, sin esperar ningún beneficio directo para él mismo.

Es la relación de entrega y de sacrificio. Lo que hay que tener en cuenta es el peligro de renunciar a cosas importantes y sobre todo el sacrificarse a sí mismo. Es decir, poner en última posición el propio cuidado, otras responsabilidades, obligaciones y personas que el cuidador también tiene que atender.

Es común que en estos casos los cuidadores acaben pensando que lo más importante y definitorio que tienen en sus vidas es cuidar. De esta forma, se confunde lo que debe ser una etapa de la vida, con lo que creen que es su destino final: lo mejor y más importante que van a hacer en sus vidas.

De ahí derivan los problemas del “cuidador descuidado”, de quien siente que sacrifica su vida por cuidar a esa persona. Y efectivamente deja de vivir y se dedica únicamente a su función de cuidador.

Pero bien entendido, el cuidado como donación es el más deseable y hacia el que hay que intentar que la familia apunte.

Se trata, por tanto, de motivaciones trascendentes: cuidar a esa persona por ser quien es y no otra. Porque la reconozco como valiosa y por tanto, busco su felicidad y bienestar.

Quiero recordar que la realidad que cada persona o familia vive es siempre compleja y enormemente diversa.

Este tipo de clasificaciones sirven para categorizar e intentar entender mejor los fenómenos sociales, pero difícilmente representan toda la riqueza y variedad de las experiencias personales.

Blog de Nurria Garro Gil "Aprendiendo a cuidar"