Voluntario mayor, con una niña en la Fundación Infantil Ronald McDnald.

Soy voluntario de la Fundación Infantil Ronald McDonald en la Casa Ronald McDonald de Málaga desde hace algo más de un año. Me siento feliz y orgulloso de pertenecer al “pedazo” de Equipo de Voluntarios que magníficamente dirigido y coordinado llena de Vida diariamente la Casa.

Un erróneo deseo, egoísta y personal, me llevó a ofrecerme como voluntario; meses después, al ser invitado a la entrevista mis sentimientos habían cambiado radicalmente y mi dedicación la ofrecía para poder dar a las familias acogidas cuanto a mi avanzada edad, 76 años, pudiera todavía sacarse de mí.

Durante los primeros meses mis actividades las realizaba fiel al cumplimiento del compromiso adquirido; me sentía cariñosa y afectivamente acogido por mis compañeros; suavemente corregido en mis errores por la Dirección y calurosamente animado por ella en mis escasos aciertos. Pero no llegaba a integrarme con ellos. Ciertamente, presentía que “algo muy especial” existía en el ambiente, “algo” que lo envolvía todo y hacía que aquel joven grupo de voluntarios no lo fueran aisladamente sino que constituyeran un todo homogéneo que se entregaba incondicional y solidariamente a la delicada población infantil dándoles su cariño sin reservas y haciéndose niños como ellos sin reparo alguno.

 

Quizás los muchos años que nos separaban fuese la causa de mi incomprensión; aquellas chicas, aquellos muchachos, me sorprendían y no llegaba a entenderlos. Pero cada día que pasaba era más fuerte el convencimiento que algo “mágico” les unía. Yo también jugaba con los pequeños, me bañaba como ellos en un mar de bolas de colores; jugaba al escondite; interminables horas las pasaba al futbolín con algunos…Pero algo faltaba. No me sentía “Voluntario”…

Pero una mañana, al incorporarme, un grito salido de la garganta de una delicada criatura sentada en el suelo, de apenas tres años sin cumplir aún, atravesó mi corazón y me dejó paralizado: “¡¡Abueloooo!!”

Respiré profundamente, contuve las lágrimas y lo recogí entre mis brazos. Los suyos rodearon mi cuello y nuestros corazones latieron al unísono. ¡Por fin lo comprendí todo en esos escasos segundos! ¡¡Yo era su amigo!! su segundo abuelo; me quería y me necesitaba. No le importaba la dolorosa falta de su piernecita, tenía otro amigo “voluntario”. No estaba solo. Jugaría hasta la hora de salida. ¡Era feliz!

Sí; eso era y sigue siendo lo que “flotaba en el ambiente”: la Magia de ese amor incondicional que parte de todos y cada una de las personas que comparten juntos unas pocas horas del día. Padres, agradecidos de ver entretenidos y felices a sus criaturas tan débiles y de incierto futuro; pequeños, que se acercan a ti extendiendo sus manitas para que hoy sea otro día tan feliz como lo fue ayer, esperanzados en que también lo será mañana. Jóvenes, que voluntariamente les dedican sus horas libres convirtiéndose también en niños para llevarles al mundo de la fantasía haciéndoles olvidar su angustia y los malestares de sus dolorosos tratamientos. Personal de Dirección que ve con alegría cómo las familias y los pequeñines se sienten en la Casa como en su Segundo Hogar lejos del suyo propio. Ahora sí: desde entonces me siento de verdad “Voluntario de la Casa”.

 

Pasan los días, llegas contento y preguntas por tus amiguitos… “M, Se fue ayer; le dieron de alta”…Sientes que te corazón pierde su ritmo y unas lágrimas intentan aflorar. ¿Volveré a verlo? te preguntas. ¿Me olvidará muy pronto…? Por toda respuesta, una plegaria te sale del corazón: “Que se ponga totalmente bien, que sea feliz…”

Unas manitas infantiles cogen tu mano y una voz débil llega a tos oídos preguntándote: ¿Jugamos?...

Sales de tus pensamientos, respiras; sonríes y contestas ¡claro que sí! ¿A Qué?…

Gracias Familias por confiarnos vuestros hijos a pesar de su fragilidad y debilidades y permitirnos compartir juntos un ratito de nuestro tiempo. Felicidades a todos.