Cuatro de la tarde. Blanca, Antonia y Lucía escuchan su programa favorito de radio. Esa pequeña bomba de oxígeno, de entretenimiento, de desconexión del coronavirus. Esa maldita realidad. Cansadas de las noticias que cada mañana se escuchan en las televisiones de la residencia en la que viven, con la ansiedad de todos los profesionales y residentes de saber en qué consiste esa “nueva normalidad”.
¿Nueva normalidad? ¿Qué significa? Me preguntan esa tarde. ¿Podré ver a mi hija antes de morir? Me pregunta Lucía. Mi respuesta, Lucía ¡por favor! Le digo con una sonrisa, sé que esto se ha hecho largo, pero todavía tiene usted mucha guerra que dar. Se ríe.
Como trabajadora social pienso ¿cuándo podrá abrazar a su hija? Y lo hago mientras preparo ese protocolo estricto de visitas tras haber superado las fases. Un protocolo prohibitivo, gris, frío, que impide un abrazo, un beso entre una madre y una hija que no han podido verse en meses. Benditas video‐llamadas que han ayudado a Antonia a irse tranquila a la cama, no sin dar un beso a la fotografía de su nieto Iván, el niño de sus ojos.
Nuestra residencia ha superado las fases y mucho más que eso, un reto para el que nadie estaba psicológicamente preparado. De repente ya no podemos salir a dar ese paseo los viernes por la tarde que tanto nos gustaba y hemos suspendido los días de baile porque hay que mantener las distancias y, por consiguiente, la alegría que se respiraba.
Hemos tenido 4 casos de sospecha, afortunadamente sin positivos. Sin positivos de coronavirus. Si existiera una prueba de tristeza, de añoranza, de preocupación y de incertidumbre, habrían saltados todas las alarmas.
Quedan muchos retos, no sólo el coronavirus. Queda luchar por mantener la esperanza, queda dejarnos la piel para que esta gran casa pueda recibir pronto a los familiares, escuchar sus voces en vivo y en directo, sus risas, sus bromas y por supuesto los halagos que tanto alegran a Blanca.
El coronavirus nos ha puesto a prueba. Nos ha ayudado a ser más fuertes, a adaptarnos a las circunstancias y a vencer los miedos. A que, si todos ponemos de nuestra parte, saldremos de esta, a que cada actividad a la que hemos renunciado nos deje la sensación de que ha valido la pena.
Ellas siguen con su programa de radio, su chocolate caliente, sus intercambios de impresiones, sus anhelos y yo, sigo con mis protocolos y atenta a las novedades que el Gobierno publica cuando se acuerda de las residencias. Sigo respondiendo a las llamadas de familiares, deseosos de escuchar que ya pueden realizar las tan ansiadas visitas. Pero todas, mantenemos la ilusión, nadie tira la toalla, pronto saldremos de esta… pronto… VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS.