Mi nombre es Juan Franco, tengo 78 años y comparto mis días con la enfermedad de Parkinson desde hace 16 años.
Esta historia comenzó el verano de 2017, cuando el progreso de la enfermedad comenzó a hacer mella a nivel familiar… Era Julio, recuerdo que Mila (mi mujer) y mis hijas, decidieron buscar un cuidador para atenderme en mi impetuoso deseo de hacer lo que me venía en gana durante mis despertares nocturnos.
Era tarde noche cuando apareció José, un novato en el gremio y estudiante de primer año de Fisioterapia, de aspecto extraño por su cabeza afeitada y sus tatuajes, de complexión grande y fuerte.
Las primeras noches fueron buenas, medio dormía y el hacía como que estudiaba sus cosas. En ocasiones me levantaba sigiloso a media noche buscando fruta fresca que echarme a la boca… Cuando se daba cuenta, disimulaba y me iba al baño, cuando no, menudo festín.
Conforme pasaron los días, la situación comenzó a tensar obtuve mal resultado en una prueba de azúcar, hubo un cambio en la medicación y el novato estaba cansado de no dormir.
Fue ahí cuando empezamos a compartir habitación…
Recuerdo que una noche que puso la cama taponando la puerta cual muro de contención, me levante sonámbulo y guantee su cara mientras dormía. Cuando se despertó, viendo mi cara pegada a la suya, y asustado me dijo: ¿Juan que capullos haces ahí? A lo que le contesté: como has taponado la puerta, estoy intentando vulnerar tus defensas para salir por la ventana. ¡Bien! pues hice de mi cuidador mi aliado y juntos intentamos buscar la manera de salir por la ventana atravesando los barrotes. Cuando vimos que sin herramientas era imposible, llegamos al acuerdo de urdir con la almohada un plan para poder escapar la siguiente noche.
Con el cambio de medicación, cada noche era una aventura distinta, mis despertares eran más frecuentes, gritando, llorando, sediento o hambriento de fruta fresca… También fue divertido un enfrentamiento que tuve con un señor sobre las 4 de la mañana donde tras una fuerte discusión con el tiparraco, mi cuidador se levantó a poner paz y como fiel escudero me ayudó a reducirlo mientras yo lo guanteaba, haciendo justicia. Tras 2 minutos intensos de gritos y puñetazos al aire en la cama, el individuo se escapó y las aguas volvieron a la calma.
Cada día que pasaba, nuestra complicidad iba en aumento, éramos un equipo, donde yo me pasaba por el forro sus indicaciones y el empezó a estudiar en profundidad acerca del Parkinson…
Intentó controlarme de diferentes maneras… recuerdo cuando nos apostamos varias piezas de fruta jugando al dominó con el fin de racionarme de alguna manera la ingesta. Ignorante de él, yo soy perro viejo, por lo que no me fue difícil obtener el suculento trofeo en forma de melocotones. Tras la humillante derrota, molesto me dijo: ¡Juan! como no me dejes dormir esta noche, ¡¡mañana te reviento a gimnasia en la playa!!. En principio me lo tomé a broma, pero tras una desastrosa noche, me despertó a las 7 de la mañana con el desayuno preparado y me dijo: ¡¡Arriba!! ¡¡Venga que nos vamos a la playa!!
Dispuestos, cogimos la silla de ruedas (me costaba andar y me canso mucho) y nos fuimos a la playa, donde nos lo pasamos muy bien haciendo diferentes ejercicios.
Conforme pasaron los días fuimos ampliando las actividades incluso llegó a enseñarme como levantarme del suelo por si me caía y estaba solo; llegué a aprender a levantarme como si tuviera un brazo roto.
La gente que por allí pasaba haciendo ejercicio se paraba a ofrecernos ayuda, porque pensaban que me había caído y no podía levantarme. Tajante José contestaba: ¡No gracias! ¡Si se cae en casa solo no vas a estar para ayudarlo!
Empecé a encontrarme más vivo, fuerte y animado, incluso un día grabamos un video para la familia para que vieran mi progreso y mi casi independencia de la silla de ruedas…
A la vuelta a casa, aunque cansado, me negué a usar la silla de ruedas, me daba vergüenza que me viera la gente que por allí paseaba. Para disimular, mi cuidador me dijo: Juan, ¡último ejercicio! hoy me llevas tu a mí en la silleta. Ese chico no estaba bien de la cabeza, camino a casa iba gritando a todo el que pasaba: ¡¡miradme!! ¡¡Juan me lleva!! ¡¡Ahhhh!! ¡¡¡Estoy enfessssssmo de la menteee!!!
Ese mismo día lo pase en una nube, repleto de endorfinas y con un cansancio que me aportaba fuerza, seguridad y felicidad.
Cada día que venía a casa, mis niet@s salían a recibirlo a la puerta con gritos, incluso había días que antes de llegar hasta mí, ya iba sudando del trasiego de los niños.
Como todas las noches, José vino sobre las 22:30, me vio triste y directamente me preguntó: Juan, ¿¿no estarás así por el panfleto de mierda de tu mesilla no?? (un panfleto informativo sobre los estadios de la enfermedad de Parkinson). Sin dejarme hablar, dijo: Eres un capullo, tienes 75 años, ¿cuánto más esperas vivir? ¡Ya que vivas 15 años más!!
Sus palabras, aunque duras, me entraron bien y me animaron, me explico que mi misión diaria era trabajar duro y sonreír, ya que la muerte se alimenta de infelices, miedicas y perdedores.
El verano acababa y aunque un poco triste por la pronta separación, pensaba con alegría y nostalgia los momentos en los que me masajeaba la cabeza y el cuello, cuando comíamos fruta a escondidas de mi mujer o cuando comíamos churros tras el ejercicio matinal.
En su último día, mi nieta Sofía le escribió una carta de despedida que decía algo así:
“José eres muy bueno, muchas gracias por cuidar de mi abuelo te voy a echar mucho de menos, Sofía” (mariposas y corazones).
Por circunstancias de la vida Juan y yo nos acabamos distanciando…
Después de 3 años de universidad y hostelería, decidí volver a la atención de personas que realmente lo necesitan. Probé suerte en varias residencias y me llamaron para trabajar hace escasas semanas. (octubre 2020)
En mi primer día, difícil de olvidar, me mandaron a cambiar de planta a un residente. Recuerdo que estaba de perfil, era de gran tamaño, dejando ver la forma de su rodilla, de brillo y color que me resultaba familiar, al verle la cara, ¡ahí estaba! ¡volví a encontrarme con Juan! Fue un momento de subidón que se me saltaron las lágrimas…
Juan de primeras no me reconoció porque había pasado bastante tiempo y ahora tengo el pelo más largo… Con los días y contándole nuestras hazañas heroicas ha ido haciendo memoria… No pasa un día en el que no lo busque por la residencia para atenderlo en sus necesidades, entretenerlo con cualquier historia que me invente o simplemente para pellizcarle los mofletes o sacarle una sonrisa…
¡¡Esta es la aventura de dos amigos que nunca se olvidarán!!
Agradecimientos a Juan, Mila, Hijas y Niet@s por acogerme y abrirme sus corazones.