Pepa, pepita. Así se llamaba mi abuela, única e irrepetible. Tenía 5 hijas, pero ninguna tenía ni tendrá su gracia, su amabilidad, su estilo, belleza, generosidad y un sin fin de cosas más...

 

Un día a sus 82 años empezó a quejarse de que le dolía mucho la garganta, sus hijas y yo pensábamos que sólo con Ibuprofeno se podía solucionar el problema, pues ella nunca se resfriaba ni se ponía mala.

Pero empezaron a pasar los días y como la pepita era tan asustona apenas tomaba la medicación para el dolor y ya cuando fue encontrándose muy mal comenzó a tomarla, ya ella al ver que no mejoraba pidió ir al médico y no quería nunca estar en casa sola.

La lleve a su doctora y nos dijo que tenía faringitis, pero la cosa fue empeorando...

Empezó a no comer porque no podía tragar y ya apenas bebía agua. La llevábamos al médico varias veces y seguía sin comer, ya le costaba cada día más mantenerse en pie, se asfixiaba y no podía dormir.

 

Fue muy duro para nosotros verla cada día más delgada, y lo que menos nos podíamos creer que no tuviera ni ganas de maquillarse sus característicos ojos verdes y ya su cuerpo no le daba ánimo para seguir poniéndose su tinte negro azabache que ella sola se aplicaba en casa. Y que puedo yo contar, lo que fue para mí tener que acompañar al baño a una persona tan vergonzosa como ella y no poder dejarla sola un segundo porque me llamaba a cada segundo, la garganta me lo decía más de mil veces al día y yo siempre le decía lo mismo 'ay abuela no me lo diga más', ¡chiquilla si tú lo tuvieras', 'abuela que no tienes na', 'que tú te lo crees chiquilla'...

 

El caso es que no entendíamos que tenía y solo nos decían faringitis. Mi tía trabajaba en una residencia y yo todos los días a las 7 de la mañana me metía en la cama con ella, pues ella que no dormía me llamaba para que me fuera a su cuarto y hasta las 4 de la tarde que mi tía trabajaba, me decía lo de la garganta y si con sus hijas comía poco conmigo menos que tenía más confianza y me hacía menos caso.

Gracias a dios que el día que se murió mi tía descansaba de trabajar y yo ese día estaba fuera celebrando el final de la feria de Málaga. Me llamaron que mi abuela se había caído y yo estaba sentada con mis amigos en un bar que ni llegué a pedir la bebida para cenar y salí corriendo a coger un taxi, cuando llegué había una ambulancia en mi portal y pregunté por mi abuela, me dijeron que no estaba, que le había dado un infarto y que no había sufrido. Que subiera para arriba y me despidiera de ella, así que fui a su cama y eso hice.

 

Así es la vida puede cambiarnos en un día, no duró más de un mes malita y lo peor de todo, es que hay personas que son irremplazables y dejarán siempre huellas donde vayan.