Hace ya algunos años, mi querido abuelo Vicente decidió intervenirse de hallux valgus. Contactamos con la traumatóloga y la operación se llevó a cabo sin incidencias. El día del alta iba a ser un día glorioso. Mi abuela materna lo tenía todo listo para su llegada. Me fui decidida a recogerlo al hospital Can Misses. A mi llegada, la sorpresa fue traumática. Su compañero de habitación me comunicó que mi abuelo de forma repentina, cayó al suelo y cesó de respirar.

Salí al pasillo dispuesta a encontrar respuestas. Las enfermeras me explicaron que lamentablemente tuvo una parada cardiorrespiratoria. Tras una hora de reanimación, consiguieron trasladarlo a la UCI. Lo comuniqué a los familiares directos y a partir de aquel día, la vida del abuelo y del resto de familiares cambió radicalmente.

 

Tras la jornada laboral, la internista del Hospital Can Misses contactó conmigo vía telefónica y me animó fervientemente a visitar al abuelo a la UCI y por consiguiente, a despedirme de él. Así lo hice con el consiguiente desplome emocional y lágrimas a mansalva al llegar a casa.

Para sorpresa de todos, la vida le dio otra oportunidad a Vicente. Despertó, fue trasladado a la planta de hospitalización correspondiente y cuando los médicos al cargo lo consideraron, fue dado de alta y posteriormente trasladado al domicilio.

 

A partir de ese momento, fueron casi tres años de sufrimiento emocional, psicológico y físico acompañados de una despedida plácida. El estado del abuelo era lamentable, cual vela que poco a poco se va consumiendo. Pero todo camino arduo y doloroso, por decirlo de algún modo, tiene un lado bueno y en este caso, fue que tuvimos la oportunidad de despedirnos como dos seres humanos que se quieren con locura.

 

A diario daba las gracias por las atenciones recibidas. Al marcharme a casa, nos dábamos la mano, un beso y daba las gracias de corazón. Era un ser humano extraordinario, humilde y bondadoso. Un alma pura y transparente. Pasamos malos momentos. Pero también de buenos. Algún que otro día nos obligábamos a sonreír. Bendita sonrisa. Me enseñó a afeitarle (no tenía ni idea, os lo juro), a jugar a las cartas y a las damas. Me enseñó a apreciar el silencio. Me enseñó tantas cosas... Compartimos muchos capítulos de Bonanza (quien me lo iba a decir). Compartió sabios consejos que aún guardo a buen recaudo.

 

Murió de un infarto de miocardio una mañana antes de levantarse de la cama. Mi abuela, como de costumbre, iba a ayudarle a incorporarse de la cama para ir al servicio y para acicalarse. Al proceder a levantarlo, el corazón 'dijo' basta.

 

Doy las gracias a mi madre por avisarme y esperar a que llegara a su domicilio para darle el último adiós antes de que lo trasladara el equipo del 061.

Doy las gracias a la vida por haber tenido un abuelo maravilloso.