Aquí os cuento mi última experiencia en una residencia durante el aislamiento del covid-19.
Comencé a trabajar en una residencia en plena pandemia, con toda mis ganas por ayudar y lo que me encuentro es fatídico, ancianos asustados, cuidadoras jefas dando cachetitos a los usuarios, tratándolos como si fueran sacos de patatas, movilizaciones 0, heridas por todos lados, ataduras sin necesidad, mala praxis que ponían en riesgo su salud, gritos y malos gestos para cada uno de ellos, que me rompía el corazón cada noche al volver a casa, sentimientos hacia ellos, que tú eras el único rayo de sol de esperanza, cuidándolos con respeto y con cariño, el único cariño que recibían por unos minutos del resto de su vida en la residencia, todas las noches lloraba por su mala desgracia de tener que pasar el resto de sus vidas en una residencia que los trataran así de mal.
Lo comentaba con las compañeras, y todos hacían oídos sordos, como si fuera normal que recibieran un trato INHUMANO. Me aferré a la esperanza, que mis rayos de luz les llegaran al corazón, y les aliviara los pocos momentos que pude estar con ellos.
Muchos murieron en esas circunstancias, muriéndose a pasos agigantados, sin derecho a que les atiendan ni les lleven al hospital, moribundos sin amor, solo tratados con desprecio.
Nadie merece una vida como esta, nadie.
Lucharé para que todas aquellas personas que caigan en mis manos, puedan ver mis rayos de esperanza, amor y positividad que les puedo infundir y alegre sus vidas todo aquello que me permitan, dentro del respeto y la HUMANIDAD.