Paquita era una de las personas que me conocía desde pequeñita porque era una de mis vecinas del primero. Una mujer entrañable que siempre me saludaba y me daba un abrazo.


Yo nunca supe que Paquita estaba desarrollando Alzheimer y su estado se tornaba peor que el día anterior. No lo supe hasta que la vida me ofreció, años más adelante, hacerme cargo de su cuidado diario, convirtiéndome así, con veintiún años, en su cuidadora.


Paquita estaba familiarizada a hablar en valenciano y, por dicha cuestión, enseguida empecé a llamarla por el tierno mote de ‘’iaia’’ , puesto que yo no la identificaba como la señora que debía cuidar ni tampoco como alguien que me proveía de trabajo, sino que para mí era la iaia y yo había pasado a ser ‘’la seua xiqueta’’.


Pues, considero que cuidar a alguien consiste en una acción que conlleva poner mucho interés y esmero y, por tal razón, el ser que está a mi cuidado debe sentir que forma parte de mí aunque no haya lazo familiar que nos una o prueba que confirme que por nuestras venas corre la misma sangre.


La iaia muchas veces no recordaba mi nombre, pero eso era totalmente irrelevante mientras yo recordara el suyo. Sin embargo, cuando acariciaba su rostro o tomaba sus manos, sentía mi calor e inmediatamente un sentimiento de paz la sobrecogía y se dibujaba una sonrisa sobre sus labios que yo interpretaba como una forma de gratitud hacia mí. Cuando lo que ella ignoraba es que el mayor agradecimiento iniciaba primeramente en mi corazón y después en el suyo. Y no al revés.


La iaia muchas veces era como una niña traviesa porque cuando no quería comer, a escondidas y de forma muy hábil, tiraba un trozo tras otro de comida al suelo pensando que yo no la veía, cuando lo cierto es que yo lo sabía pero me gustaba que ella creyera que me estaba engañando, puesto que para ella resultaba emocionante pensar que se estaba saliendo con la suya. Cuando un día decidí sorprenderla en el acto, mi pequeña pícara justificó su acción diciéndome que era para el perro, aunque en aquella estancia no hubiera ninguno. Ante este panorama, me reí con afecto por la inocencia que su respuesta encerraba y únicamente le di un beso en la frente y continuamos comiendo.


En muchas ocasiones he luchado con la tarea de ponerle el pañal ya que le incomodaba salir de su zona de confort y sentía un sentimiento de vergüenza al ser percibida en desnudez porque según me contaron, de joven había sido muy pudorosa. Pero logré que me permitiera hacerlo y que en mi presencia se sintiera cómoda y segura.


Llegar a un alto nivel de confianza con Paquita había costado muchas horas dedicadas a conocerla y darme a conocer, aunque ella no recordara minutos después, lo que le hubiera contado cerca de mí. Pero no me importaba, aprendí a ser paciente y contestar a las preguntas que me hiciera aunque las mismas fueran reformuladas y contestadas más de cinco o seis veces al día.


Me encantaba dormir con la iaia porque era una dormilona al igual que yo. Por eso, a la hora de la siesta se nos podía hallar a ambas descansando tranquilamente y fundidas en un abrazo capaz de recomponer cada una de mis partes rotas. En presencia de la iaia solo podía sentir reposo, sosiego y calma, por eso para mí pasar tiempo con la iaia, estuviera a mi cuidado o no, se había vuelto algo necesario. Ella era un ser en estado de dependencia y me necesitaba para todo, es cierto, pero nadie sabe que la iaia me hacía mayor bien del que yo pudiera lograr hacerle nunca.

Con la iaia jugaba, reía y cantaba. Ella me enseñó el cántico español "Adiós España querida" canción que aún hoy titubeo imaginando que está a mi lado acompañándome mientras nuestras miradas se cruzan y nos reímos cada vez que distorsionamos la letra.


En cuanto a mi experiencia como cuidadora, debo decir que son muchos los momentos de valor que me llevo, porque he descubierto más calidad en un ser humano que aunque
incapaz de expresarse de forma coherente y adecuada, puede transmitir un amor más auténtico y genuino que una persona cuya salud es la más óptima pero carece del afecto, inocencia y humildad de un ser como la iaia.


Ser cuidadora no tiene nada que ver con cuidar a alguien sino con permitir a ese alguien formar, aunque por breve tiempo, parte de ti. Pues las personas de mayoría de edad, en su última trayectoria por esta vida, ya no anhelan nada más sino sentir que hasta el final han sido obsequiadas con el cuidado y amor de alguien que genuinamente les ha dedicado tiempo y atención.