Estoy aquí sentada en este tren frío, con billete solo de ida. Te veo a través de la ventana, quieto, mirándome con esos ojos brillantes. No estoy segura de si eres real o solo un recuerdo.

Voy acompañada de una chica vestida de blanco, con una coleta bien alta. Sostiene mi mano derecha con su mano izquierda, en la otra sujeta su billete. El suyo es de ida y vuelta.

No entiendo muy bien porque, pero a pesar del miedo que siento y la incertidumbre de no saber a dónde voy, la mano que me sostiene me hace sentir segura. Su cara me suena, quizás hace ya un par de años que la conozco, pero ahora no es lo que más me importa.

 

No paro de pensar en el dolor que me recorre por todo el cuerpo, me falta el aliento y los huesos duelen, duelen mucho. Cada vez estás más lejos, puedo verte, pero no estás aquí. ¿Porque no estás aquí? ¿Porque no me acompañas en este viaje que empieza a parecer una pesadilla? ¿Acaso no acompañé yo a mi padre en el suyo?

 

Estoy confusa. Te veo a través de esa ventana. Me dices algo, tus ojos se cristalizan cada vez más, pero la ventana brilla demasiado y sigues alejándote.

De repente la chica joven está delante mío, tú ya no estás. Me sonríe con la mirada, me ofrece un vaso de agua, sabe a verano. Cuando lo termino con gran dificultad ella vuelve a sonreír, y me vuelve a sujetar la mano. - Tranquila, cierra los ojos, pronto llegaremos. - y así es como cierro los ojos, respiro dos veces y cuando los abro ella ya no está. Ni tú.

Ya no hay ventana. Ya no hay billete. He llegado a la estación.

 

Ahora lo entiendo, ellos siguen ahí, la que ya no está soy yo.

 

Imagen: Residente de la residencia en la que trabajo, murió a la edad de 101 años en plena crisis del COVID19 rodeada de mis compañeras. Gracias a ellas por todo el trabajo realizado y el amor que dieron en los últimos meses de vida de tantas personas mayores. Y a vosotros, perdonad por este país que no supo gestionar y creyó saber priorizar, desvalorándoos y olvidándoos. Perdón.