Yo soy la principal cuidadora de mi madre, sin embargo la candidatura que voy a presentar es la de mi hija Nathalia Garmendia y para hacerlo voy a ubicarles un poco en el contexto de mi propuesta.

Tenemos doble nacionalidad, española-venezolana. Mi madre nació estando mis abuelos en el exilio por la guerra civil. A mi abuelo, quien fue marino de tropa, le tocó estar en el bando republicano y debió refugiarse en Argel, donde más tarde se reunió con mi abuela y allí nació mi madre en 1942 y posteriormente en 1949 emigraron a Venezuela y se establecieron en Maracaibo, allí mamá creció, se educó y se casó con mi padre, tuvieron cinco hijos (yo soy la mayor) y diez nietos.

Mamá siempre ha sido una mujer valiente y preparada, siempre estuvo estudiando y llegó a ser profesora de la universidad, utilizaba herramientas digitales mejor que sus hijos y se mantenía muy activa intelectualmente, sin embargo en octubre de 2017 a sus 75 años de edad fue sorprendida por un ictus hemorrágico que no solo la dejó sin poder caminar y mover su lado izquierdo, sino que también afectó su área cognitiva, borrando sus recuerdos, su preparación académica por la que tanto luchó y le fue diagnosticada una demencia vascular.

 

La situación en Venezuela no es sencilla, no solo por lo difícil de comprender la realidad política, sino porque también los recursos que pueden proporcionar una calidad de vida óptima se han deteriorado en una escalada vertiginosa, por ese motivo, cuando ocurrió el ictus a mi madre ya la mayoría de mis hermanos estaba fuera (una en Madrid, otro en México, otro fallecido y solo dos estábamos con nuestros padres), también los nietos estaban fuera de Venezuela, así que por ser yo quien vivía más cerca de mis padres, opté por cuidar a mamá,  junto a mi padre que siempre ha estado presente y participando activamente, asumimos ese compromiso que podría ser agotador, pero también alentador cuando comenzamos a ver resultados aunque sea pequeñitos.

A mi madre hay que hacerle todo: Levantarla de la cama, moverla mientras duerme porque no cambia de posición, sentarla en la silla de ruedas, asearla completamente, vestirla, peinarla, darle de comer, hacer sus ejercicios de movilidad pasiva, intentar hacer algún ejercicio de estimulación cognitiva, cantarle, llevarla al baño, inventar mil estrategias para que no se moleste y se deje cepillar los dientes, tomar sus medicinas, peinar, lavarle la cabeza… en fin es un trabajo àrduo que no permite ni un minuto de descanso, pues incluso de noche muchas veces despierta y grita y es necesario estar a su lado.

 

En Venezuela no conseguíamos los medicamentos, ni los pañales, en nuestra casa faltaba la electricidad casi todos los días, no teníamos agua potable y había que comprar cisternas para llenar los tanques, tampoco conseguíamos comida de calidad, mamá bajaba de peso de forma vertiginosa y se evidenciaba su deterioro, así que mi hija mayor que se había establecido en España, tomó la valiente decisión de traer a sus abuelos y a mí que soy su mamá, a su casa. Nos alojó en su casa, encargándose de todo el cuidado de sus abuelos y el mìo que aunque soy independiente, no puedo desempeñar ningún trabajo pues mamà requiere el cuidado de dos personas como mínimo para su cuidado.

Yo me defendía un poco dando clases particulares del idioma español y de refuerzo académico a niños pues soy psicopedagoga, sin embargo al aparecer las alarmas del COVID, mi hija decidió que no saliéramos de casa y ella se ha encargado de mantenernos en casa seguros y alejados de cualquier riesgo.

 

A pesar de estar haciendo teletrabajo, aparta momentos del dìa para ayudarnos a levantar o cambiar de puesto a su abuela, brinda una alimentación balanceada, todas las tardes se sienta junto a ella a intentar conversar, la acompaña a rezar, le narra cuentos y busca siempre un motivo para hacerla sonreir. También está pendiente de su abuelo que tiene 81 años, cada dìa conversa con èl de diversos temas, le ha abierto un canal de YouTube y podcast: (https://www.youtube.com/watch?v=Gd1c1uoh7Es ) para grabarle algunas de sus vivencias, resuelve con èl crucigramas y sopas de letras, lo acompaña a ver sus programas favoritos de televisión como Saber y Ganar, Pasapalabra, etc y a mi que soy su mamá me llena de orgullo y satisfacción saber que una chica de 28 años, profesional y tan inteligente, anteponga el bienestar de sus abuelos y de su mamà por encima de los intereses propios de jóvenes de su edad y que haya asumido el compromiso de no importarle tenernos en su casa y costear todos los gastos que pueden generar el bienestar de estas tres personas mayores que tanto la amamos.

 

En este momento mi madre tiene 78 años, mi padre 82 y yo 56, estamos todos bien. Mis padres se ven saludables, mamá ha ganado peso y ha mejorado mucho sus funciones, aunque los médicos nos dicen que no mejorará, que no caminará y que cada vez estará más deteriorada, nosotros celebramos cada día cuando logra sonreir, cuando lleva sus manos a la boca para lanzarnos un beso y cuando levanta aunque sea un poco sus pies, sabemos que una supercuidadora está a nuestro lado y con la ayuda de Dios seguiremos avanzando en salud.