Ellos siempre han estado conmigo, en todas las fases de mi vida, en los buenos y en los malos momentos. Nos lo hemos pasado fenomenal juntos, en reuniones, en viajes y en actos varios.

Desde el primer día en que los conocí estuvieron pendientes de mí, y eso que no hace tanto tiempo, el concepto “conciliación” era inexistente, y a pesar de tener que llevar un hostal y un restaurante adelante (ellos solos), atendieron a todas y cada una de mis necesidades.

Y pese a tener jornadas intensas de fuerte trabajo, sacaban tiempo para poder disfrutar del tiempo juntos, porque eran fuertes y vitales. Y me han hecho reír, y me han hecho disfrutar, y me han hecho creer que soy la persona más especial del mundo.

Han pasado los años, ahora les toca descansar, el trabajo duro les ha pasado factura, y sus articulaciones no son lo que fueron, ni su movilidad, ni sus sentidos, ni su energía. Ahora son dependientes, aunque no se les haya reconocido como tales, porque “las cosas de palacio van despacio”, pero seguimos juntos, eso es lo que importa para continuar hacia adelante.

 

Ahora soy yo la persona fuerte y vital, que cursó estudios sociosanitarios para proporcionarles los mejores cuidados, y poder acompañarlos y ayudarlos cada día; empezando por un buen despertar, con un beneficioso y cuidado aseo, al que le sucede un sano desayuno, organización y toma de medicamentos, tareas de la casa varias, desplazamientos y tramites diversos, hidratación, paseos y ejercicios al aire libre, comidas y cenas condicionadas por el veredicto implacable de los comensales, que son un jurado altamente difícil; ocio diverso, que pasa por sesión de jotas aragonesas o navarras (no es el momento que más disfrute, pero su pasión por dicha música es grande, y es por ello por lo que accedo a participar), jardinería, charlas extensas sobre sus vidas (estás sí me complacen más, porque han pasado por tantas circunstancias, en países y lugares diferentes, y han vivido tan intensamente que sus experiencias son clases de historia, fuente de ideas para novelas de época y comprobantes de que la memoria sigue funcionando óptimamente); tenemos el momento televisión, y el momento vámonos a la cama, en la que caigo exhausta pero satisfecha.

Así transcurre nuestra vida, nuestro tiempo, en unión en compañía.

 

Alguna vez, algún insensato me ha dicho: “Deberías seguir tu propia vida y no estar tan pendiente de la de ellos”, pero yo les respondo que “mi vida sin ellos sería una desdicha, un desierto”, porque a veces la vida te hace regalos, y ellos son mi gran regalo.

Es así como les devuelvo todo el tiempo que han empleado en mí, y es así como quiero que transcurra el mío, y el nuestro; disfrutándolo minuto a minuto, evitando dejar asuntos pendientes y procurándome su felicidad y la mía.

 

Únicamente nosotros somos conocedores del papel que desempeña cada uno, y no nos para el reconocimiento o no del mismo por parte de terceros. Ser cuidadora es una maravillosa y enriquecedora experiencia, que hace que tu paciencia crezca, (porque es distinto intentar explicarle algo a un niño, que a una persona nonagenaria) y te pongas en forma (ya que son muchas las actividades que se deben realizar a lo largo del día, y mucho el esfuerzo a realizar en aseos, movilizaciones, traslados y demás).

Este es mi reconocimiento a todas y cada una de las personas que comparten mi pasión, y por supuesto este texto se lo dedico a mis padres, que son mi fuente de inspiración.